lunes, 20 de marzo de 2017

Sueños maravillosos


Por Xavier Cuzme*
Ilustraciones de Santiago Caruso** (tomadas de su web)

No dejaba de hablar respecto a los “Jivis”, cada vez que contaba su último sueño ponía una cara de seriedad que evitaba que cualquier adulto osara contradecir su narración. Francisco no recordaba desde cuando había empezado a soñar con aquellos tiernos personajes, le parecía que desde siempre, desde toda su corta vida. Se caracterizaban las dulces criaturas por su timidez extrema y su ambigua sonrisa, -¡Como la mona lisa! decía eufórico, cuando trataba de describir con detalle cómo eran aquellas criaturas de sus sueños.
Mientras le contaba a su hermano mayor respecto a su última aventura en la aldea de los Jivis, Francisco tomaba pequeños trozos de pan del desayuno y sin ser visto los guardaba en el bolsillo. Esperar la merienda para hurtar comida no hubiera servido pues el pan solo se servía en las mañanas. En su dulce sueño anterior Iakk, su mejor amigo Jivi, le había comentado la etapa de hambruna por la que pronto la aldea debía pasar si no encontraban nuevas fuentes de alimentación, Iakk, al igual que el resto de sus compañeros, no le miraba a los ojos cuando le hablaba y si sonreía era apenas con un leve movimiento de los labios. Iakk se había convertido en el vocero general de la aldea de los sueños. Los sueños tenían coherencia unos con otros, como adentrarse en un cuento con capítulos, pero nadie parecía notar esta característica, ningún miembro de la familia de Francisco escuchaba realmente lo que él contaba.

El día de un niño se movía de forma perezosa, era un animal rastrero, obeso y lento rodando sobre su vientre. La lenta tarde solo lograba traer a la mente del pequeño su tarea como representante en el mundo real de los Jivis. Iakk, a pesar de su timidez había dado la mano a Francisco un par de veces, realmente había sido un toque de la mano de la criatura y el dedo meñique de él, eso era lo más parecido que podían hacer tomando en cuenta la diferencia de tamaño. Iakk, era de un color verde pálido, sus dulces mejillas eran de un leve color morado y las palmas de sus manos tan pálidas que parecían blancas. Cuando hablaban de comida una pequeña lengua de color amarilla se asomaba apenas y se relamía los finos labios. Francisco nunca los había visto comer, pero imaginaba que el pan sería de su agrado.



Cuando la noche llegó por fin, se acostó lo más pronto posible para poder invocar con presura al dios del sueño y su maravillosa promesa, en su mano apretaba con fuerza las migajas de pan que había guardado desde el desayuno. Él sabía que así las llevaría a través de su sueño. Iakk le había asegurado que lo podría hacer.

Al abrir los ojos el hermoso paisaje de la aldea lo llenó todo, las amplias laderas color rosa, la vegetación azul y violeta. Las rústicas cabañas de los Jivis. Rápidamente dos pequeñas criaturas se le acercaron sin decir palabras y sin mirarle. Francisco sabía lo que buscaban, abrió la palma de su mano y distribuyó a ambos dos migajas que en sus diminutas manos equivaldrían a sendas hogazas. Los pequeños corrieron felices hasta el interior de una de las cabañas. Iakk apareció a su derecha, le mostró una de sus tímidas sonrisas y le agradeció con un gesto de todo su cuerpo la presencia en su mundo de sueños.

…Un mundo de felicidad que le hubiera gustado durase toda una eternidad…
En cama, Francisco, esbozaba una tierna sonrisa, el espejo de un sueño maravilloso.
Al despertar miró rápidamente su mano, las migajas ya no estaban. Los Jivis habían sido alimentados una noche más. Sin embargo, un recuerdo le llegó con rapidez, ¡las palabras de Iakk, su rostro suplicante! -¡nos morimos de hambre Francisco, debes ayudarnos!-. Entonces inesperadamente el sueño se había cortado.

En el desayuno Francisco contó más sobre sus amigos de sueños, una ligera raya de preocupación surcaba su frente. Nadie lo notó. Esta vez, en un momento de distracción general, Francisco guardó una pieza de pan entera en su pijama, se levantó de la mesa con educación y caminó con una fingida tranquilidad hasta su habitación. Guardó la pieza de pan bajo el colchón. Esa noche los Jivis tendrían un gran banquete.



Las extensas colinas del pueblo de los Jivis parecían no tener un final, se veían llegar hasta más allá del mundo de los sueños. Una fresca brisa acariciaba el rostro de Francisco y le inundaba con un delicioso olor a frutas frescas, a lluvia, a paz. Una suave luz lo iluminaba todo, no había sol, era una luz que parecía irradiar de cada uno de los objetos de aquel mundo, una cálida luz. Francisco siempre se mantenía en la zona especial, un lugar libre de casas y objetos que él pudiera dañar con su enorme tamaño. Iakk se acercaba presuroso desde una de las lejanas casas, su tierno rostro esta vez mostraba una clara preocupación. Francisco bajó la mano, Iakk subió.
-Ayúdanos Francisco! -Rogó Iakk- mi pueblo ha crecido y necesitamos más alimentos, mas lugares donde vivir. Ayúdanos a buscar esos nuevos lugares.
-¡No! No quiero que me dejen- Francisco no podía contener más las lágrimas, si sus amigos se iban no se repetirían más sus agradables sueños.
-No, nos iremos Francisco, no todos, solo algunos. Viajarán a nuevos mundos. Crecerán. Harán felices a otras personas. Ayúdanos.
- Pero no sé cómo ayudarlos
- Te lo diré
- ¿Tú te irás?
- Nunca te abandonaré, yo soy parte de ti, tengo mucho de ti Francisco.
La lengua de Iakk se mostraba ahora, ya no fue un breve movimiento, ahora recorría con malévola suavidad el contorno de la pequeña boca, saboreaba algo, como si pensar en el niño le suscitara recuerdos sabrosos.
Sin saber por qué a Francisco le dio un ligero calosfrío.
- ¿Cómo los puedo ayudar?
- Esta noche tienes que dormir junto a alguien. ¿Me has entendido? ¡Bien, ahora vamos a jugar!
La diversión borró todo lo malo, la diversión sedujo a Francisco. Al final recordó la pieza de pan y la sacó de su bolsillo. Los Jivis sonrieron y se acercaron presurosos a devorarla.

Al despertar, una cálida alegría llenaba su pecho, esa noche ayudaría a sus amigos, pediría a mamá dormir con ella. Recordó, miró su mano. El pan ya no estaba.
La noche caía con lentitud, el niño esperaba expectante.


No sabía por qué razón, pero la belleza del pueblo de los Jivis era mucho más impactante esa noche. Iaak apareció rápidamente. –¿Lo has hecho?- preguntó. –Sí- fue lo único que respondió, de repente un leve temor se estaba apoderando de su ser. Iakk bajó rápidamente la mirada, se giró y dio un fuerte aullido. Los Jivis fueron saliendo de sus casas, lentamente, parecían arrastrarse. Eran muchos, Francisco nunca los había visto a todos juntos, cientos de Jivis, cientos de pequeñas criaturas hambrientas. Él se preguntaba cómo pudieron haber sobrevivido solo con migajas de pan. Recordó el pan que guardaba, abrió la mano y lo brindó. Algunos Jivis empezaron a cambiar su trayectoria, se dirigieron al pan y comenzaron a comer con presura. Iaak había desaparecido, seguramente se había mesclado con la multitud. Todos parecían ir al lugar más allá de las colinas, donde el sueño terminaba. El pan era devorado, desaparecía rápidamente. De repente no hubo pan. Los Jivis cerca de su mano le miraron fijamente, sus rostros eran hostiles, unas finas hileras de dientes brotaban de sus bocas. Empezaron a morder la mano de Francisco, este gritó. 


Francisco despertó, sollozaba aún, esa pesadilla había sido muy vívida. La oscuridad de la noche lo envolvía todo. Su mano le ardía. Con su otra mano tocó donde sabía debía estar el interruptor de la lámpara de noche, la encendió y miró su mano. Unos diez puntos rojos sangraban levemente, la mano comenzaba a hincharse. Una idea pasó por su cabeza, ¿y si mirase…?
Miró.
Un sinnúmero de pequeños gusanos se arrastraban en las sabanas desde el lugar en el que había estado su mano. Las migas de pan se mesclaban con las pequeñas gotas de sangre. Los gusanos se dirigían hacia su madre, ingresaban por su nariz, por su boca, algunos entraban por el pantalón del pijama. Ella no se movía.
El asco se apoderó de Francisco, los gusanos se movían con mucha rapidez y ya casi habían desaparecido dentro del cuerpo de su madre. Sintió un nudo en la garganta, algo atascado. Escupió. Un último gusano calló en las sábanas, a la leve luz de la lámpara brillaba, se arrastraba rápidamente dejando tras de sí una huella húmeda de saliva y algo más repugnante. En ese momento no pudo reprimir un fuerte grito de horror.
Mientras el último gusano entraba por su nariz, la madre de Francisco sonreía. Tenía un sueño maravilloso.

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* (Ecuador, 1982) Músico. Ex tallerista de Jorge Velasco Mackenzie. Varios de sus relatos se han incluido en fanzines.
**(Argentina, 1982) Pintor y dibujante. Su obra se encuentra publicada en varios libros.



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