Por Xavier Cuzme*
Ilustraciones de
Santiago Caruso** (tomadas de su web)
No
dejaba de hablar respecto a los “Jivis”, cada vez que contaba su último sueño
ponía una cara de seriedad que evitaba que cualquier adulto osara contradecir
su narración. Francisco no recordaba desde cuando había empezado a soñar con
aquellos tiernos personajes, le parecía que desde siempre, desde toda su corta
vida. Se caracterizaban las dulces criaturas por su timidez extrema y su
ambigua sonrisa, -¡Como la mona lisa! decía eufórico, cuando trataba de
describir con detalle cómo eran aquellas criaturas de sus sueños.
Mientras
le contaba a su hermano mayor respecto a su última aventura en la aldea de los
Jivis, Francisco tomaba pequeños trozos de pan del desayuno y sin ser visto los
guardaba en el bolsillo. Esperar la merienda para hurtar comida no hubiera
servido pues el pan solo se servía en las mañanas. En su dulce sueño anterior
Iakk, su mejor amigo Jivi, le había comentado la etapa de hambruna por la que
pronto la aldea debía pasar si no encontraban nuevas fuentes de alimentación, Iakk,
al igual que el resto de sus compañeros, no le miraba a los ojos cuando le
hablaba y si sonreía era apenas con un leve movimiento de los labios. Iakk se
había convertido en el vocero general de la aldea de los sueños. Los sueños tenían
coherencia unos con otros, como adentrarse en un cuento con capítulos, pero
nadie parecía notar esta característica, ningún miembro de la familia de
Francisco escuchaba realmente lo que él contaba.
El
día de un niño se movía de forma perezosa, era un animal rastrero, obeso y
lento rodando sobre su vientre. La lenta tarde solo lograba traer a la mente
del pequeño su tarea como representante en el mundo real de los Jivis. Iakk, a
pesar de su timidez había dado la mano a Francisco un par de veces, realmente
había sido un toque de la mano de la criatura y el dedo meñique de él, eso era
lo más parecido que podían hacer tomando en cuenta la diferencia de tamaño.
Iakk, era de un color verde pálido, sus dulces mejillas eran de un leve color
morado y las palmas de sus manos tan pálidas que parecían blancas. Cuando
hablaban de comida una pequeña lengua de color amarilla se asomaba apenas y se
relamía los finos labios. Francisco nunca los había visto comer, pero imaginaba
que el pan sería de su agrado.
Cuando
la noche llegó por fin, se acostó lo más pronto posible para poder invocar con
presura al dios del sueño y su maravillosa promesa, en su mano apretaba con
fuerza las migajas de pan que había guardado desde el desayuno. Él sabía que
así las llevaría a través de su sueño. Iakk le había asegurado que lo podría
hacer.
Al abrir los ojos el hermoso
paisaje de la aldea lo llenó todo, las amplias laderas color rosa, la
vegetación azul y violeta. Las rústicas cabañas de los Jivis. Rápidamente dos
pequeñas criaturas se le acercaron sin decir palabras y sin mirarle. Francisco
sabía lo que buscaban, abrió la palma de su mano y distribuyó a ambos dos
migajas que en sus diminutas manos equivaldrían a sendas hogazas. Los pequeños
corrieron felices hasta el interior de una de las cabañas. Iakk apareció a su
derecha, le mostró una de sus tímidas sonrisas y le agradeció con un gesto de
todo su cuerpo la presencia en su mundo de sueños.
…Un
mundo de felicidad que le hubiera gustado durase toda una eternidad…
En
cama, Francisco, esbozaba una tierna sonrisa, el espejo de un sueño
maravilloso.
Al
despertar miró rápidamente su mano, las migajas ya no estaban. Los Jivis habían
sido alimentados una noche más. Sin embargo, un recuerdo le llegó con rapidez,
¡las palabras de Iakk, su rostro suplicante! -¡nos morimos de hambre Francisco,
debes ayudarnos!-. Entonces inesperadamente el sueño se había cortado.
En
el desayuno Francisco contó más sobre sus amigos de sueños, una ligera raya de
preocupación surcaba su frente. Nadie lo notó. Esta vez, en un momento de
distracción general, Francisco guardó una pieza de pan entera en su pijama, se
levantó de la mesa con educación y caminó con una fingida tranquilidad hasta su
habitación. Guardó la pieza de pan bajo el colchón. Esa noche los Jivis tendrían
un gran banquete.
Las extensas colinas del
pueblo de los Jivis parecían no tener un final, se veían llegar hasta más allá
del mundo de los sueños. Una fresca brisa acariciaba el rostro de Francisco y
le inundaba con un delicioso olor a frutas frescas, a lluvia, a paz. Una suave
luz lo iluminaba todo, no había sol, era una luz que parecía irradiar de cada
uno de los objetos de aquel mundo, una cálida luz. Francisco siempre se
mantenía en la zona especial, un lugar libre de casas y objetos que él pudiera
dañar con su enorme tamaño. Iakk se acercaba presuroso desde una de las lejanas
casas, su tierno rostro esta vez mostraba una clara preocupación. Francisco
bajó la mano, Iakk subió.
-Ayúdanos Francisco! -Rogó
Iakk- mi pueblo ha crecido y necesitamos más alimentos, mas lugares donde
vivir. Ayúdanos a buscar esos nuevos lugares.
-¡No! No quiero que me dejen- Francisco
no podía contener más las lágrimas, si sus amigos se iban no se repetirían más
sus agradables sueños.
-No, nos iremos Francisco, no
todos, solo algunos. Viajarán a nuevos mundos. Crecerán. Harán felices a otras
personas. Ayúdanos.
- Pero no sé cómo ayudarlos
- Te lo diré
- ¿Tú te irás?
- Nunca te abandonaré, yo soy
parte de ti, tengo mucho de ti Francisco.
La lengua de Iakk se mostraba
ahora, ya no fue un breve movimiento, ahora recorría con malévola suavidad el
contorno de la pequeña boca, saboreaba algo, como si pensar en el niño le
suscitara recuerdos sabrosos.
Sin saber por qué a Francisco
le dio un ligero calosfrío.
- ¿Cómo los puedo ayudar?
- Esta noche tienes que dormir
junto a alguien. ¿Me has entendido? ¡Bien, ahora vamos a jugar!
La diversión borró todo lo
malo, la diversión sedujo a Francisco. Al final recordó la pieza de pan y la
sacó de su bolsillo. Los Jivis sonrieron y se acercaron presurosos a devorarla.
Al
despertar, una cálida alegría llenaba su pecho, esa noche ayudaría a sus
amigos, pediría a mamá dormir con ella. Recordó, miró su mano. El pan ya no
estaba.
La
noche caía con lentitud, el niño esperaba expectante.
No sabía por qué razón, pero
la belleza del pueblo de los Jivis era mucho más impactante esa noche. Iaak
apareció rápidamente. –¿Lo has hecho?- preguntó. –Sí- fue lo único que
respondió, de repente un leve temor se estaba apoderando de su ser. Iakk bajó
rápidamente la mirada, se giró y dio un fuerte aullido. Los Jivis fueron
saliendo de sus casas, lentamente, parecían arrastrarse. Eran muchos, Francisco
nunca los había visto a todos juntos, cientos de Jivis, cientos de pequeñas
criaturas hambrientas. Él se preguntaba cómo pudieron haber sobrevivido solo
con migajas de pan. Recordó el pan que guardaba, abrió la mano y lo brindó.
Algunos Jivis empezaron a cambiar su trayectoria, se dirigieron al pan y
comenzaron a comer con presura. Iaak había desaparecido, seguramente se había
mesclado con la multitud. Todos parecían ir al lugar más allá de las colinas,
donde el sueño terminaba. El pan era devorado, desaparecía rápidamente. De
repente no hubo pan. Los Jivis cerca de su mano le miraron fijamente, sus
rostros eran hostiles, unas finas hileras de dientes brotaban de sus bocas.
Empezaron a morder la mano de Francisco, este gritó.
Francisco
despertó, sollozaba aún, esa pesadilla había sido muy vívida. La oscuridad de
la noche lo envolvía todo. Su mano le ardía. Con su otra mano tocó donde sabía
debía estar el interruptor de la lámpara de noche, la encendió y miró su mano.
Unos diez puntos rojos sangraban levemente, la mano comenzaba a hincharse. Una
idea pasó por su cabeza, ¿y si mirase…?
Miró.
Un
sinnúmero de pequeños gusanos se arrastraban en las sabanas desde el lugar en
el que había estado su mano. Las migas de pan se mesclaban con las pequeñas
gotas de sangre. Los gusanos se dirigían hacia su madre, ingresaban por su
nariz, por su boca, algunos entraban por el pantalón del pijama. Ella no se
movía.
El
asco se apoderó de Francisco, los gusanos se movían con mucha rapidez y ya casi
habían desaparecido dentro del cuerpo de su madre. Sintió un nudo en la
garganta, algo atascado. Escupió. Un último gusano calló en las sábanas, a la
leve luz de la lámpara brillaba, se arrastraba rápidamente dejando tras de sí
una huella húmeda de saliva y algo más repugnante. En ese momento no pudo
reprimir un fuerte grito de horror.
Mientras
el último gusano entraba por su nariz, la madre de Francisco sonreía. Tenía un
sueño maravilloso.
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* (Ecuador, 1982) Músico. Ex tallerista de Jorge Velasco Mackenzie. Varios de sus relatos se han incluido en fanzines.
**(Argentina, 1982) Pintor y dibujante. Su obra se encuentra publicada en varios libros.
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