Freddy en Hungría, en el 2015. |
Una noche, en un
bar céntrico de Quito, mientras celebrábamos por adelantado su cumpleaños, Freddy
Ayala Plazarte me dijo: “cuando tenía 17 años me intentaron matar”. Su historia,
desde entonces, cargada de sangre, miedo y una persecución que parecía interminable,
me siguió retumbando por mucho tiempo.
Han pasado algunos
años de aquel diálogo, años en los que hemos afianzado una amistad surgida hace
casi una década. Tiempo en el que como escritor ha logrado desarrollar una obrapoética y ensayística cada vez más interesante: Zaratana (2007) Kamastro de
matuta (2009) Mi padre en las rieles de Sumpa (2011) Nomenclatura del internado
(2013) Rebeliones al filo de una sinfonía (2014) en poesía. La metálica
luminosa (2010) y Vientos paralelos, acotaciones y reflexiones sobre cultura y
literatura (2015) en ensayo, sin olvidar sus múltiples colaboraciones en
revistas, blogs y páginas web especializadas.
Pero ha sido a
propósito de la segunda edición de Con un manuscrito en el horizonte publicado en 2016 por editorial La Caída, y con el cual logró en el 2011 el segundo Premio en la Bienal Nacional de Poesía “Juegos
Florales”, que he contactado con él,
para no solo dialogar en torno a esta obra que en su primera edición pasó casi
desapercibida, sino para conocer también de su trabajo como investigador.
Actualmente Freddy
cursa estudios de doctorado en Europa, hasta donde he contactado para
mantener un diálogo extenso pero aprovechable en su totalidad.
Saludos Freddy, ¿cómo te va con tus estudios e
investigación en España?
Bueno. Al dejar
por un tiempo el país, indudablemente, los sistemas de vida cambian, y las
percepciones sobre el mundo se reconfiguran, el hecho de estudiar en España me
ha dado la posibilidad de acceder a conocimientos que antes estaban fuera de mi
alcance. Por ejemplo, durante un tiempo asistí a cursos sobre Etnomusicología
en la Universidad Autónoma de Madrid, he tenido que asimilar teorías musicales
con la finalidad de enriquecer panorámicas para mi investigación doctoral sobre
el metal extremo. En Ecuador debemos realizar mayores exploraciones sobre la
música popular (refiero a las producciones en las culturas urbanas), no quiero
decir, con esto, que no haya estudios. La música popular en el imaginario
social, indudablemente, está más ligada a la tradición, al folclor, la
identidad y, por tanto, el nacionalismo que habla de un pueblo. No obstante,
también hay que tener en cuenta que, en un mundo globalizado, existen otro tipo
de músicas populares que se han propagado rápidamente y han sido asimiladas por
las nuevas generaciones, insertándose en las localidades, lo cual ha generado
tensiones sociales y culturales. Esto, de alguna manera, ha sucedido con la
mirada que se ha tenido en el underground del metal extremo, por tratarse de
una música popular extranjera, en muchos casos, rayando en el estereotipo. Da
la sensación de que todavía no ha sido asimilada y existe un desconocimiento
sobre sus nexos con elementos artísticos, culturales, sociales, y políticos. Me
he interesado por estudiar -tomando casos de estudio- el metal extremo y las
conexiones con lo primitivo, lo nativo, lo étnico, sea en estilos como el black
metal, folk metal, gothic metal, en muchos casos, realizando un abordaje que va
desde la demonología hasta las concepciones ancestrales. En el verano del año
anterior empecé realizando un trabajo de campo en dos festivales de metal
extremo en el norte de Alemania, y en la región de la Bohemia en República
Checa, luego continuaré en la ciudad de Quito. También estaré viajando a
realizar registros en Noruega: Oslo y Bergen, dos ciudades sumamente
influyentes para el metal extremo a nivel mundial.
Freddy en Quito, Ecuador. |
Más allá del desarrollo de tu tema de tesis, ¿cómo es
la vida de un estudiante/escritor ecuatoriano en Europa?
Europa es un
continente poblado de una frenética historia, tan solo saltar de una ciudad a
otra, o de un pequeño país a otro, te lo permite dimensionar. La migración,
inevitablemente, es un desarraigo que tiene muchas implicancias, y solo quienes
han estado fuera de sus lugares de origen pueden relatar tantas historias. Esto
tiene algunas paradojas cuando te dedicas a la escritura y a los estudios. En
mi caso, debo dedicarle mucho tiempo a la investigación, y eso no te permite dar
el tiempo que merece escribirse una obra. La vida acá es más costosa, y se vive
por lo general compartiendo pisos entre varias personas. Al inicio empiezas a
vivir una especie de anonimato, por el hecho de que nadie te conoce, y si a eso
le sacas provecho, es muy interesante, y si no es así, por el contrario,
empiezas a nostalgizar más a tu lugar de origen. Otro punto importante es que
la sociedad europea se actualiza y reactualiza constantemente, y tienes la sensación
de que varias de tus creencias y discursos se derrocan, y surgen otros, la
migración te enseña las limitaciones como sujeto frente al mundo.
Como todo en la
vida, vivir acá tiene las dos caras de la moneda, un día, por ejemplo,
recordaba Quito una sala llena de gente, o un teatro con muchos asistentes a la
presentación de un libro, o también a los estudiantes de la Universidad,
impartiendo una clase sobre arte, y me decía qué lejos estoy de aquellos
instantes, dónde quedaron todos esos álbumes de la memoria, luego, saliendo de
esa imagen, en realidad, me hallaba solo en un parque del centro de Madrid
observando cómo la gente disfrutaba de la primavera en grandes grupos. Y claro
ahí te das cuenta lo que es ser un ciudadano del mundo, escritor, o estudiante,
ese momento que se convocan dos o más mundos. Ahora, además, escribo un libro
que reflexiona la importancia de los lugares en los que estado, aquellos que ya
no se pueden despegar de mi mente: Viena, Madrid, Budapest, Hamburgo, Wacken (Schleswig-Holstein-Alemania),
Cluj Napoca, Finisel (Rumania), París, Breuillet, Praga, Jaromer (República
Checa) Roma, Barcelona.
¿Cómo les van a tus actividades literarias en este
continente que te acoge?
En realidad, cuando
llegué no tenía una planificación de actividades literarias, ni mucho menos me
lo había planteado. En una ciudad como Madrid, con una constante oferta
cultural, no es tan sencillo mostrarte con la obra, pasas más de anónimo. Mucho
tiempo pasó hasta que, por un amigo, fui invitado a un recital en la localidad
de Getafe, el único recital que realicé el año pasado. Luego, tras asistir a un
recital de poesía conocí a jóvenes escritores de Perú, México, Argentina, que
erradican algo más de 10 años en Madrid, con quienes, este año, ya hemos
intervenido en lecturas, como hace poco fuimos invitados a leer en Zaragoza, y
vamos a organizar otras actividades. Asimismo, he mantenido correspondencia con
escritores de otros lugares de España, a quienes les he enviado libros.
El año pasado editorial La Caída publicó una segunda
edición de tu libro Con un manuscrito en el horizonte ¿cómo se dio esta
edición?
Un día le
propuse al editor si estaba interesado en publicarlo, él conocía mi
trayectoria, revisó el libro, y estuvo dispuesto a editarlo. Estoy agradecido con
el trabajo de difusión que realiza editorial La Caída.
La primera
edición de Con un manuscrito en el horizonte se publicó en el 2010 como
resultado del segundo premio de los Juegos Florales Bienal Nacional de poesía
¿por qué una segunda edición? ¿cuánto eco tuvo la primera edición?
Por una parte,
la segunda edición tiene que ver con la secuencia y el proceso que he venido
realizando con la escritura, a pesar de que ya pasaron algo más de cinco años,
tenía la necesidad de recuperar al poemario, que estuvo más en el silencio. Por
otra, la primera edición, diría que casi ni existe, apenas 20 ejemplares
entregados a cada autor –y esto, si viajabas a traerlos por tu cuenta– donde
constan desde el primer premio hasta la tercera mención de honor. Nunca vi que
haya circulado, ni se lo haya presentado, fue casi una publicación fantasma.
Freddy en Rumania, 2015. |
Los medios ecuatorianos, y esto a propósito de las
presentaciones que hiciste en el país hace algunos meses, hablaban de la
experiencia cercana a la muerte que determinó la escritura de este trabajo ¿se
puede superar una historia de sangre, desesperación e impotencia mediante la
poesía? ¿Con un manuscrito en el horizonte como cicatriz?
Mi madre me
decía un día que ya no recuerde la fecha de mi accidente en la montaña, sin embargo,
para mí, es al contrario, ese fatídico acto transformó toda mi conciencia y
actitud ante la vida. De alguna manera, puedo decirte, casi todos mis libros
llevan algo pólvora, que todavía sigue confundida entre los lunares de mi
cuello, está en alguna página, verso, o palabra. Atentaron contra mi vida, y
eso no debía quedar en el silencio, aunque por muchos años fue así. Contrario a
la destrucción, pienso que la creatividad te permite no necesariamente ubicarlo
como un trauma, dolor, o laceración (eso en mi caso ya pasó, y no tengo por qué
pisotear esa amargura), la escritura está más allá de una patología o
somatización; el manuscrito surgió de esa profunda conexión entre el horizonte
y esas montañas que caían en cada atardecer, a las cuales durante muchos años
no podía volverlas a ver, me atemorizaban, luego de unos años tomé una
bicicleta y fui a limpiar ese temor. Las montañas no tenían la culpa, me habían
protegido, y cada vez que puedo voy a reverenciarlas. Nadie sale ileso de la
infancia, decía alguien por ahí, y esa historia de sangre fue una infancia más
para mí, ahora lo veo así. La poesía es un ejercicio de comunión con la memoria
y el lenguaje que ni siquiera en ocasiones distingue dolor o impotencia,
algunos toman esto como fuente de explotación, pues, en aquel tiempo, recuerdo
que no provoqué el accidente, ni sabía que a futuro iba a escribir, me encontré
con esos mundos en el camino.
¿Cómo le ha ido hasta ahora al poemario? ¿En qué otro
espacio se presentará, en este 2017?
Fue un momento especial,
luego de casi un año que volví de España, me encontré gratificado de que varios
amigos hayan ido a la presentación en Quito. En enero fue presentado en Cuenca
junto con el libro Revólver Escorpión de Juan Romero Vinueza. Para este año,
será presentado en la librería Juan Rulfo de la ciudad de Madrid, en el mes de
mayo.
Antes de Con un manuscrito en el horizonte y de que
salieras de Ecuador por tu tema de estudios, se publicó el libro de ensayos
Vientos paralelos ¿cómo le ha ido a esta obra? ¿qué otras reflexiones sobre
cultura y literatura quedaron al margen de este libro?
Cuando cursaba
de maestrante pasé redactando algunos ensayos que decidí recuperarlos,
volverlos a corregir, y proponerlos para su publicación. No siento que haya
tenido mayor circulación el libro, excepto los días que fue presentado y que
los escritores Juan Pablo Castro Rodas y Diego Cazar Baquero comentaron la
obra, y un par de notas de prensa en diario La Hora. Por lo demás, en la
editorial no me volvieron a llamar para hacer una charla en algún colegio, o
Universidad, o en el marco de algún evento cultural; el libro se ha quedado en
el stand. Evidentemente, las reflexiones deben seguir mejorándose, es un
compendio de ensayos, que solo representan un momento de mi escritura, un
posible homenaje a escritores y temas que involucran el pensamiento
latinoamericanista. Siempre quedan más cosas por decir, sobre todo, hablar de
las literaturas emergentes, de las editoriales independientes, de nuestras
producciones culturales. O también de, no solo hablar (o potenciar) sobre cómo
vemos a autores de afuera en nuestro localismo, sino también poner en cuestión:
¿qué tanto saben afuera de nosotros? ¿Hay retos, desafíos, proyectos?
Portada del libro Con un manuscrito en el horizonte publicado por la editorial argentina La Caída. |
Volviendo a tus estudios actuales en España ¿qué
experiencia has logrado a partir de tu participación en festivales de metal
representativos a nivel mundial? ¿qué diferencias encuentras entre la comunidad
de metaleros europeos con la ecuatoriana?
Indudablemente,
Wacken Open Air y Brutal Assault, son festivales de metal extremo que me han
permitido tomar contacto directo con lo musical y lo cultural (como sujeto
pasivo y activo). Lo que más me ha llamado la atención es la importancia que se
otorga a simbologías medievales, paganas, vikingas, demoníacas, a través de la
teatralidad escenográfica, el merchandising, y la infraestructura iconográfica,
logran un efecto primitivo en el espectador. Gran parte de las bandas de metal
que pude escuchar y fotografiar las escuchaba cuando tenía 17 años. Asistir a
estos festivales asemeja una peregrinación a escala mundial entre públicos.
Como investigador me ha dado la oportunidad de empoderarme más del tema,
conocer nuevas bandas, y ver shows en vivo, algo que no alcanzas a describirlo
en su totalidad, ahí es donde recurro a la Antropología y la Etnografía.
Es algo
complicado comparar en estas líneas los dos escenarios musicales, entre un
festival del país y un festival europeo, o entre los metaleros. Ahora, hablaré
un poco del europeo: macroestructuras musicales, bandas de corte internacional,
escenarios a campo abierto con asistencia completa, sea de 90.000 o 15.000
personas. Los metaleros europeos son diversos, he visto mucha gente de más de
50 años caminando con su cerveza, incluso, hasta te encuentras con familias,
que asisten a los campus a socializar, como si se tratase de un día que salen
al parque o de camping. No existe la figura del metalero maldito, es un
carnaval, hay disfrazados, no solo visten de negro, bailan, se bañan en el
lodo, muchas risas, y una descarga de ferocidad al momento del show, eso sí
mucha ebriedad, que no altera el orden, ni molesta al público. De alguna
manera, ellos se sienten identificados con tradiciones del pasado medieval,
refiero las iconografías paganas que portan en sus cuerpos. A la larga creo que
los dos mundos viven la euforia del metal desde sus particulares realidades.
A partir de tus observaciones y análisis, respecto a
la cultura metalera ¿qué trabajos académicos estás produciendo y cómo los estás
visibilizando?
El metal ha
estado infundado mayoritariamente por la mirada periodística. Profesionalizar
académicamente un tema que tiene sus complejidades exige rigor y mucha
investigación. Me he dedicado a investigar escenas musicales en Bali,
Finlandia, África, Leeds, Cuba, Perú, Noruega, etc., con el fin de enriquecer
las visiones de mi trabajo. Algunos puntos que he tratado hasta ahora tienen
que ver con la corporalidad en dimensiones artísticas, culturales y sociales.
El doctorado dura cuatro años, así que aún no me he dedicado a difundir el
trabajo, realmente estoy dedicado a la investigación, aunque para el mes de
mayo estaré en la Universidad de Zaragoza dando una charla sobre los avances de
la tesis, seguramente cuando regrese a Ecuador, si hay interesados, estaré
presentando parte de este material.
Con un manuscrito en el horizonte, también tiene un
nexo de tu relación con el metal en la adolescencia, aunque no haya registro en
la obra, sin embargo, desde el año pasado vives a intensidad el metal desde tus
estudios ¿qué enfoque tienes a partir de este reencuentro musical?
Es cierto, tal
como lo mencionas, no hay registro en la obra, ni tampoco creo que lo haga, y
como te mencionaba en otra pregunta mis libros mantienen correspondencia con el
pasado, indudablemente. Encarné y milité la imagen del metalero adolescente, adopté
todas las formas, agujereaba los pantalones, ubicaba logotipos hechos a mano en
mi habitación, pasaba tardes enteras intentando grabar casetes y fotocopiando
portadas, etc. A raíz de mi accidente todo este panorama cambió, abandoné la
militancia y la ideología de pertenecer en carne y vida al metal, y empecé a
escuchar todo tipo de música, ya que considero haber vivido el fascismo de
algunos con la música, considerando novelero al otro, o impropio por escuchar otro
tipo de música. John Blacking decía que “toda música es étnica”, y creo que eso
es lo que me interesa ahora, tanto en la música como en la poesía. El metal
debería apostar por otros temas, lejos de los estatutos en los cuales a menudo
se ha quedado estancado.
Aunque, eso no
significa que haya dejado de escuchar metal, de hecho, lo sigo escuchando, pero
con perspectivas diferentes, con otros criterios, menos inconscientes, sin
adherirme a grupos, ahora tengo la oportunidad de estudiarlo. Tampoco me considero
un escritor metalero, aunque alguna vez, por ejemplo, estuve caminando por los
bosques de los Cárpatos en Transilvania (no me interesa el tema de los
vampiros), ni tampoco el gore, mis temas no exploran esos continentes. Respeto
a quienes lo hacen, la escritura se trata de escribir sobre muchos temas, y no
restringirse hacerlo.
Es curioso
pensar ahora que la obra pudiera tener nexo con el metal, ya que, si, el tiempo
del accidente estaba militando el metal, y luego de casi una década apareció el
libro Con un manuscrito en el horizonte, que no necesariamente elogia esa
intensidad musical, sino más bien es una reinvención metafísica de aquel
tiempo: me parece algo accidental esta relación entre el libro y el metal. Sin
duda el oído musical lo voy desarrollando en la poesía y en la música, escucho
música popular celta, oriental, andina, folk, africana, los 80´s pero, sobre
todo, me interesa hablar y escribir musicalmente de mi tierra y de otros
paisajes que he captado por el mundo, de la religiosidad del lenguaje; sospechar
esos momentos de la historia que ya no están ante nuestros ojos, vivir como un
mito la escritura.
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