I
La mayor
herencia de mi padre fueron sus libros, los que permanecieron intactos cuando empecé
a interesarme por ellos. Libros en un principio extraños, de miedo (la
colección de Esoterismo de Ariel) interesantes y formativas (enciclopedias para
ver el mundo antes de que llegara internet). Libros de páginas amarillas y
empastado resistente. Libros que fui consumiendo uno a uno.
Aún conservo el
ejemplar de la segunda edición de la novela Pacho
Villamar de Roberto Andrade (Casa de la Cultura, 1960). Un ejemplar que
empieza con la firma de mi padre, que guarda cicatrices de polillas sin
triunfo. Un libro que guardo con amor, por tratarse de la edición más antigua
que acoge mi biblioteca.
II
Hoy, después de
muchos años de lecturas y de alimentar mi biblioteca, tengo una herencia para
mi hijo. Una herencia que da cuenta de lecturas enfocadas en el terror, el
horror, el miedo. Una herencia contada por páginas: millones para degustar,
millones para sentirse verdaderamente un millonario en medio de la nada.
¿Le gustará la
poesía de los ecuatorianos o la de otros países?, ¿Las novelas de mis autores
favoritos?, ¿Concordará con los subrayados que atestiguan mis lecturas?, ¿Reirá
o se enfadará de los comentarios más prejuiciosos escritos al final de muchos
libros?, ¿Reconocerá, al igual que yo, el verdadero valor de una obra?
Por ahora le
repito que los libros que leo, subrayo, cargo conmigo y cuido, también son de
él, su herencia. Una herencia en la que continúo invirtiendo, agrandando,
dándole un sentido más de uniformidad (géneros, colecciones, editorial,
autores). Una herencia a la que he ido incorporando sus escasos libros
infantiles y juveniles (el futuro es mañana).
III
Pero mi herencia
no solo la conforman libros, también están los manuscritos que hasta ahora no
me he atrevido a publicar (porque uno se vuelve responsable y autocrítico en
demasía). Carpetas donde reposan proyectos que avanzan lentamente (y el
testimonio de una vida entregada a escribir en torno al cine, literatura y
rock). Manuscritos, de amigos escritores, en sus primeras versiones (verdaderos
tesoros). Revistas literarias, rockeras, cinéfilas y culturales para pasarse
días enteros leyendo. Suplementos culturales en donde el arte es analizado en
serio. Libros imposibles de conseguir (económicamente hablando), en sus
versiones impresas y anilladas.
IV
Siempre es
difícil desprenderse en vida de una herencia resguardada y cuidada con recelo.
Porque herencias como estas delatan el pensamiento de un hombre, de su gusto,
sus influencias, de todo el mundo ficcional e ideológico elegido. Una herencia
que debe asegurar con antelación un legado de aprovechamiento.
V
Cuando mi hijo me
pregunta por qué continúo trayendo más libros a la casa, lo primero que hago es
sonreírle. Porque los libros me llevan a distintos viajes, le digo, porque me
acercan a un conocimiento desconocido, porque me van diciendo cosas que sabía a
medias, porque se van volviendo “mejores amigos”, porque desde mi juventud
hasta ahora han reemplazado el exterior banal y caótico, porque me fueron y van
aislando (oportunamente) de personas sin aprecio, porque me divierten, porque
en ellos mi imaginación se explaya, y sobre todo porque son una herencia, una
superior al anhelo mercantilista y consumista con el que sueñan muchos.
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