¿Sin productividad el ser humano es desechable?, ¿Qué
futuro nos espera con el desarrollo de la tecnología?, ¿Cuánta realidad hay en
la ciencia ficción más descabellada y apocalíptica con la que se ha crecido,
sea desde la literatura o el cine?
Los
Improductivos (CCE,
2014) de Cristian Londoño (Quito, 1973) desarrolla una historia en un futuro
incierto para la humanidad, una que ya no depende del sexo para su reproducción
y que ha industrializado la creación de humanos (mediante la clonación) con un
fin espeluznante: volverla productiva, con un tiempo de caducidad establecida,
sometida a un control indetenible, aprendiendo sus roles dentro de un engranaje
“perfecto” e incorruptible.
En Los
Improductivos Londoño nos ubica en un siglo XXII de reglas claras: si no se
es productivo no se es servible y por lo tanto debe dejar de existir, con esta
premisa el narrador protagonista, Operador 220, nos revela con sus acciones
cotidianas y monótonas el mundo en el que está atrapado, en el que parece todo
en orden, en el que se le ha inculcado que vigilar dentro de la vigilia es
parte de la ética imperante y profesional.
Sin embargo el mundo, hasta entonces perfecto, empieza
a ser cuestionado silenciosamente por Operador 220, primero ante el
desaparecimiento de la Operadora 305, con quien disputaba mejor rendimiento
laboral, luego al enterarse mediante un video ilegal que la raza humana está
condena, que muchos de los clones están desperfectos: son infértiles, lo que
asegura un futuro incierto para la humanidad.
Hechos como estos lo van alejando de su anhelo de
ascender a Hacedor Robert Zach, líder mundial y modelo a seguir (porque las
democracias han desaparecido y todo el planeta responde a un solo orden). Por
eso su rebeldía con el sistema empieza a crecer hasta llegar a la deshonrosa
categoría de “improductivo” o sentencia de muerte. Y justo cuando, en acto
desesperado e individualista de decisión, prefiere el suicidio a entrar a un
quirófano donde lo despedazarán para extraerle los órganos, es salvado por uno de
sus acosadores, quien es parte de aquel mito urbano llamado “rebeldes”, a
partir de ahí aparece la esperanza en preservar la raza humana.
Ahí, en este nuevo espacio y orden es rebautizado a sí
mismo como Agar, y con ello aparece su identidad (opacada anteriormente por una
numeración), asimismo empieza aquel encuentro con lo desconocido: el amor, o
aquel primer sentimiento que ha empezado a gobernarlo: “Se preguntó si debía
contarle que la primera vez que la miró había sentido una emoción extraña que
no podría definirla” (p. 71).
Los
Improductivos, es un
tributo a los mejores novelistas de ciencia ficción y cuya obra ha girado en
torno al control y opresión de la humanidad: Orwell, Bradbury y Huxley.
Londoño, con esta novela, no solo recrea una situación cercana a la realidad,
una donde las personas han dejado de serlo y pasado a la simple condición de
operarios o engranajes de una sola fuerza. Despersonalizados, anónimos,
secretos, desechables, reemplazables. Vidas cuyo único fin es el de continuar
una marcha que no debe detenerse por nada.
Es también un guiño a la dependencia a las drogas que
se va creando para con estos “operarios”, en la ficción es el Boxín, droga
genética que actúa en el sistema nervioso, para combatir el estrés y la baja
autoestima, manteniéndolos precisamente en un “mundo feliz”, justo para ignorar
la realidad opresora en la que habitan.
Los
Improductivos nos
recuerda que enfrentarse al poder es peligroso, que es mortal cuestionar la
“realidad”, y que el juego mediático continúa siendo importante para determinar
que es “bueno” o “malo” a partir de los intereses de por medio.
Cuestionar, dudar, ver la otra cara de los
acontecimientos, siempre representará un atentado al estatus quo, en Los Improductivos habita un ejemplo de
rebeldía social (aplicado a los distintos estratos de producción) necesario de
conocer.
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