¿Por qué el
convertirse en centenario debe ser el anuncio del acabose de una vida?, ¿Será
que la sociedad nos ha acostumbrado a ver solo la vejez como esa etapa de cierre
existencial, sin aventura, sin sorpresa, sin nada que esperar salvo la muerte?,
¿Qué ocurre cuando 100 años no es el final que se espera y aún laten y
persisten las historias?
Sospecho que
todas estas interrogantes se las hizo el sueco Jonas Jonasson, cuando pensó y
luego escribió su ópera prima El abuelo
que saltó por la ventana y se largó (Salamandra, 2012. Octava edición). Novela
que nos habla de la vejez, de la importancia de la vejez, de aquel oscuro
“movimiento” social que acompaña a las familias, que se erige pacientemente
desde los asilos, de vidas conteniendo historias a montón, algunas menos
creíbles que otras, pero historias al fin, capaces de alimentar la imaginación.
Allan Karlsson
es el protagonista de esta cómica, sangrienta, política a todas luces, y
crítica novela. Un centenario que decide abandonar el asilo, donde el estado lo
ha recluido, el día de celebración de su cumpleaños. Con este sencillo acto
desata una cadena de acontecimientos que involucran a la policía local,
delincuentes organizados y un conjunto de personas que en un momento
determinado se reconocerán como “amigos”.
A partir de este
hecho la vida de Allan se vuelve una revelación por momentos increíble:
dinamitero de profesión, amigo coyuntural de presidentes de estados comunistas,
socialistas y capitalistas. Salvador de dictadores. Corre caminos, siendo parte
de los hechos más trascendentales de la historia política entre Occidente y
Oriente: desde su intervención en la creación de la bomba atómica hasta la
caída del imperio ruso.
En esta novela,
desde la postura apolítica de su protagonista, la política es aquella
maquinaria involucrada en todos los acontecimientos más importantes en la
historia de la humanidad del siglo XX: Segunda Guerra Mundial, la creación de
la bomba atómica, la devastación de Hiroshima y Nagasaki, el franquismo, el
comunismo, capitalismo, la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia…Y en donde
desfilan personajes protagonistas de todas estas décadas, desde Franco, Lennin,
Mao Tse Tung, Einstein hasta Roosevelt, Nixon…
Y es que Allan,
desde las aventuras en las que se involucra (casi siempre desconociendo el
tedioso contexto político), no repara en las consecuencias posteriores. Por eso
su sinceridad, en volverse una voz descomprometida con causa alguna, puesto que
para él la única causa es vivir como si se tratase del último día, y en esa
filosofía existencial acepta las situaciones en las que irremediablemente queda
atrapado: secuestrado para que comparta a los rusos la fórmula para la bomba
atómica, prisionero por cinco años, espía de los Estados Unidos…
Novela de
discurso ácido y crítico a la política, al fundamentalismo más atroz, al
fanatismo ciego y destructivo. A toda esa masa que baila al vaivén de sus
“líderes”, que acepta sin razonar las causas ajenas, de espaldas a la realidad.
Pero también
Allan es el modelo anti vejez, que sale en defensa de aquella población de
tercera edad “inútil” para muchos (incluso para políticas estatales). Una
población, que mediante la ficción de esta novela, demuestra ser tan útil y
“productiva” como cualquier otra, incluso ante aquella acelerada y estrellada
juventud que desfila en la trama.
El
abuelo que saltó por la ventana y se largó es la
demostración de que los ancianos aún en su fragilidad son capaces de patalear y
con creces, hálitos de vida superiores a todos aquellos que andan muertos rebotando
en el laberinto de la urbe.
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