Fotografía mía, tomada en uno de los congresos de Reude , realizada en la ciudad de Ambato. |
Fue un domingo en la noche cuando me llegó un mensaje, primero, y luego una llamada, donde se confirmaba que Ubaldo Gil, había fallecido en la ciudad de Guayaquil.
Después de esta noticia recordé lo que me dijo una semana antes cuando lo encontré sobre una camilla en la sala de emergencia del antiguo hospital del IESS en Manta (el terremoto del 2016 arrasaría esta estructura). Estaba ahí porque un día antes tuvo un primer infarto. Se notaba preocupado, pero esto no había mermado su humor, que ahora se enfocaba en su condición de paciente.
“No te dejes”, me dijo y repitió. Tres palabras para estar alerta en el posible escenario de su ausencia (un escenario que siempre imaginaba y reía).
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Ubaldo no solo fue el director del Departamento de Edición y Publicación Universitaria (DEPU) de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (ULEAM), primero logró algo que parecía imposible: crear la primera editorial universitaria en una ciudad sin tradición editorial. Mar Abierto la llamó, un sueño que tuvo su origen en los noventa y que recién en el 2000 se materializó.
Era diciembre de 2013. Un mes de bastante ajetreo en una editorial que empezaba a posicionarse a nivel nacional. Éramos un equipo pequeño, pero multifuncional. Avanzábamos al ritmo de Ubaldo, quien siempre nos endilgaba mil tareas para hacer que el proyecto funcionara correctamente. Ese fin de año no fue de fiesta para ninguno de nosotros.
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En 2001, cuando ingresé al taller literario de su hermano Pedro, conocí su trabajo como editor en ciernes y sobre todo como narrador. Desde entonces no me perdí ninguno de sus artículos que cada domingo publicaba en el suplemento cultural del diario El Mercurio de Manta. Literatura, cine, teatro, danza, folclore…siempre los temas fueron múltiples y los análisis me dieron luces en mi joven oscuridad.
Con los años fue mi profesor de semiótica. En 2003 hice las pasantías en Mar Abierto y en 2005 me ofreció trabajar con él en el proyecto editorial.
Diez años (2003-2013) compartí con él, como profesor y luego como jefe. Diez años de vivencias para rememorar y comparar con estos otros diez años de ausencia (2013-2023). Dos décadas en las que puedo atreverme a resumir seis lecciones que me dejó.
Uno. Mar Abierto
Mar Abierto fue mi escuela en el ámbito de la edición. En el cuchitril (una pequeña oficina en la segunda planta del edificio de biblioteca de la Uleam) se materializaron cientos de ideas planificadas. Al principio fue prueba y error, pero aprendimos, a la brava, y nunca nos dormimos en los laureles de una sola publicación, porque después de la novedad ya estábamos en un nuevo proyecto.
Mar Abierto logró algo que parecía imposible: reconocimiento y valoración del escritor como creador. Porque auspiciar una obra, pagar derechos de autor por esa obra y visibilizar tanto obra como autor, no era algo que se hacía por estos lares.
De pronto Mar Abierto se volvió un sello de bastante interés para muchos escritores nacionales. Y con ello llegaron las lecciones:
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Antes de reconocerse como editor hay que ser lector. Todo editor primero es un lector.
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Un sello editorial y un editor tienen la potestad de rechazar manuscritos que para su juicio crítico no deben publicarse.
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Los autores escriben manuscritos no libros, los editores convierten esos manuscritos en libros.
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No todo manuscrito de un escritor reconocido debe publicarse (porque los autores reconocidos también escriben bodrios impublicables)
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Ningún autor debe imponerse al editor. El editor decide qué funciona para un libro. El editor está apostando todo por un autor. El autor le debe respeto al editor.
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Los libros regalados pierden, casi siempre, su valor (salvo que se trate de donaciones a bibliotecas)
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Cada nuevo proyecto pasa por su proceso editorial. No respetar el proceso augura problemas en el futuro libro.
Dos. Una biblioteca
Ubaldo me ofreció su biblioteca (o la parte considerable que estaba en la oficina de Mar Abierto). Cientos de títulos de los que me valí para conocer el mundo literario que hasta entonces estaba vetado para mí. Novelas, cuentos, ensayos, poesía (bastante poesía). Llevaba a casa y devoraba en horas. Regresaba con los libros prestados y volvía a llevar uno hasta dos títulos por día. Lo mío se volvió un vicio, porque muchos de los libros a los que accedía no los encontraban en una ciudad sin librerías.
Con los años fui armando mi propia biblioteca, una que poco a poco fui alimentando. Libros usados y nuevos. Libros obsequiados por autores amigos. Libros camabalachados (porque el cambalache continúa siendo un recurso entre autores). Libros subrayados que fueron trazando la forma de pensar de cada momento de lectura.
Esa lección, la de prestar libros a un joven imposibilitado de acceder a títulos y autores, emulé. Muchos de mis libros (y mis recomendaciones) también llegaron a jóvenes ansiosos por conocer; sin envidia de que otros llegaran a títulos desconocidos (hablo de un tiempo en el que aún era complicado encontrar libros en internet y de la existencia de páginas piratas y con un objetivo de difundir sin lucrar).
Todo lo anterior a pesar de que muchos de los libros prestados jamás regresaron. Muchos, demasiados libros secuestrados por otros y otras, de los que recuerdo además de las historias, diseños de portada y algunas frases subrayadas.
Tres. Resistencia
Resistir. Una forma de hacerle frente a todo cuanto perturba. Resistir, porque todo lo malo no dura siempre, porque uno va drenando lo turbio de la vivencia y solo va dejando la experiencia, esa lección de la que se debe aprender a no repetir.
Y esa resistencia fue una de las lecciones más importantes. No solo en lo laboral, también en la vida, puertas adentro.
Cuatro. Agenda
Todo responde a un plan, a objetivos que se trazan a diario; pequeñas batallas que uno mismo emprende. Nada es improvisado, porque todo integra un plan mayor, una idea que casi siempre se cumple en el tiempo y como se imaginó.
Esa lección la aprendí rápido, desde entonces una lista diaria marca las tareas emprendidas; esos retos que uno mismo va imponiéndose. Nada complejo en su anhelo, pero toda una empresa el éxito de cada una.
Todo es integral, porque cada acción es parte de una idea macro.
Cinco. archivo
En mi casa detestan la cantidad de carpetas con papeles viejos, recortes de revistas y diarios, impresos, hojas con garabatos con mi letra inentendible. Un archivo que he resguardado por décadas. Una memoria que solo, por ahora, me sirve a mí, a mis intereses, a un plan que guarda su desarrollo.
Siempre digo en casa que cuando me quieran faltar el respeto solo deben deshacerse de mis archivos, de esa parte que me pertenece y dice (de alguna manera) lo que he sido y continúo siendo.
¿Qué fue de los archivos de Ubaldo? No recuerdo. Tal vez alguno de sus hermanos lo resguardó. Quizás su esposa o hijos. En esos archivos se podía comprender su crecimiento como escritor, se podía analizar su juicio crítico y forma de entender el arte.
Seis. Paciencia
No hay que hacer las cosas al apuro, porque las cosas al apuro siempre salen mal. Lo anterior lo habíamos aprendido en el proceso editorial de muchos libros (sobre todo en los primeros). Por eso en cada uno de los títulos intentamos respetar a raja tabla los pasos que llevan a convertir un manuscrito en un libro. Lecturas, correcciones, nuevas lecturas, reescritura, lecturas finales.
La paciencia, en medio de la desesperación de cumplir objetivos anuales, fue una de las mejores lecciones para replicar. Nunca ir al ritmo de un autor, menos acceder a sus compromisos y coyunturas.
Paciencia para que todo lo propuesto funcione en su totalidad, y aun así siempre estar atento a cualquier descuido.
Colofón
En 2013, el año de su fallecimiento, no solo decidió juntar y publicar hasta la fecha toda su obra narrativa y de ficción (dos colecciones de cuentos y una novela breve), también se encontró preparando lo que sería un libro que compilaba su trabajo de semiótico aplicado a áreas como la literatura, el teatro y la comunicación. Un trabajo que compilaba algo así como 20 años de pensar y analizar obras. Una muestra de su ejercicio como crítico teatral (el único que pudo ostentar esta etiqueta en Manta y Manabí). El proyecto de libro quedó truncado.
A una década de su fallecimiento unos cuantos seguimos recordando sus aportes, no solo en el campo de la edición (hay un antes y después de la existencia de editorial Mar Abierto en Manabí) también en el fomento de la literatura, sea desde su rol como docente o como lector y guía.
Sus diarios, y los muchos artículos y ensayos publicados en diarios y revistas a nivel nacional continúan dispersos, en espera de recuperarse. No es una tarea fácil ni sencilla, y será todo un reto para quienes tomen esta iniciativa y responsabilidad.
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