El mayor terror
para una persona sin duda es imaginar qué será de él o ella en su etapa de
anciano (si es que la muerte “natural” no le llega en forma de bala perdida mientras
ve la televisión o va por la calle). ¿Dónde estará? ¿Podrá valerse por sí misma?
¿Quién velará por ella? ¿Tendrá cubierta sus necesidades básicas para morir sin
la desesperación de la sobrevivencia?
Descuida, yo te cuido (2020) de J. Blakeson, más allá de la historia en sí, del humor negro que aparece, de la tensión y violencia, de los personajes y todo el cliché denotado, hay un tema de preocupación que hace sonar todas las alertas: ¿Quién se aprovecha de los ancianos? ¿La tutela de ancianos en verdad es beneficiosa?
El hecho de que el mundo lo componen dos tipos de personas: las aprovechadas y las que se dejan, es una sentencia que existe y sucede constantemente. Quien miró hacia los ancianos, quien pensó en ellos y los beneficios de su tutela, avizoró posibilidades comerciales sin riesgo.
Este aprovechamiento funciona más en países desarrollados, donde las pensiones de jubilados son altas, donde las condiciones de vida son increíbles en un contexto suramericano y menos ecuatoriano. Sin embargo, sucede, y como ocurre en la ficción, los ancianos están indefensos y silenciados; drogados y en una burbuja sin defensa hasta su muerte. Todo un sistema de corrupción que resalta la “labor social” del aprovechado y juzga al inconforme que intenta rescatar a su familiar.
Una situación que más allá de la ficción tendría que interesarnos a todos. Salvaguardarnos de esta nueva especie de depredadores, de esta nueva generación de vividores caza fortunas. Porque afuera, dentro de oficinas, en despachos elegantes, otros buscan y miran a quien someter, y ese mundo de terror es un riesgo que está a la vuelta de la esquina para todos.
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