viernes, 4 de noviembre de 2022

Sobrevivir y reír en la oficina


 

Toda oficina siempre será un lugar donde las historias y situaciones bordean el absurdo. Decisiones erradas. Comentarios fuera de lugar. Bromas que con el tiempo pierden la gracia y se vuelven intolerantes. La fricción cotidiana que surge hasta de nimiedades. Todo un caldo de cultivo no apto para débiles, porque se trata de asumir la resistencia como convicción: porque no hay más opciones de empleo, porque el salario es clave para sobrevivir, o porque simplemente, en medio del derrotismo, se aceptó que la jubilación llegará desde ese lugar.

Una oficina donde hacer amigos y enemigos, donde enterarse de la vida de los otros o simplemente ignorarlos a todos, porque la oficina es un territorio donde no se necesita crear vínculos con nadie.

Esa oficina, de la que no paro de reír al ver las distintas situaciones de sus personajes, no se aleja de la realidad. Porque cada uno de los seres ficcionales que habitan esta comedia los he ido reconociendo. Y sí, nadie quiere a un Michael de jefe; menos a un Dwigth como compañero de trabajo. Porque es mejor llevarse con los Jim y Pam, salir con ellos, beber cerveza, conversar y bromear de los absurdos del día a día que uno se encuentra en sus ocho horas de labores.

Si algo debo agradecer a The Office es la avalancha de humor negro y el absurdo reiterativo de las decisiones de un jefe y trabajadores, nada desconocido para un oficinista con muchos años a cuesta.

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