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Los editores
cumplen su trabajo: hacer que un texto (sea este poesía, cuentos o novela) se transforme
en libro; ofrecerle un cuerpo a ese ente inmaterial; darle visibilidad y
moverlo en la mayor cantidad de escenarios (dígase librerías, medios de
comunicación, periodistas especializados, clubes de lecturas, ferias de libros,
otros escritores, críticos…); hacer barra hasta donde se pueda; aunque a veces
esto sea insuficiente para que un libro pueda ser entendido y con ello llegar a
la mayor cantidad de lectores.
A todo
esto surge una pregunta ¿existe una relación de amistad entre el editor y los
autores que respalda? Creería que en esencia es clave tener un cierto vínculo
con el autor y el texto que se apoyará, nadie editaría a un enemigo y menos un
texto con el que no esté de acuerdo (el catálogo editorial siempre es un guiño).
Muchos
autores han defendido a sus editores, a quienes han reconocido los paladines de
su éxito, los responsables de volverlos visibles dentro de un territorio donde
no existían. Los editores, tal vez los más reconocidos a nivel internacional,
han dado cuenta de su relación con varios de los autores de su catálogo, ese
nexo no solo profesional, también de amistad.
Pero ¿se
logra dar en verdad una amistad entre editor y autores? ¿salidas de almuerzo o
cenas? ¿paseos a otras ciudades o países? ¿campamentos en fin de semana? ¿vacaciones
juntas sin reuniones de trabajo? Tengo mis dudas. Porque los vínculos que se
crean tienen como centro primero el texto y luego el libro.
El editor
aconseja, recomienda, sugiere, pero nunca será un amigo con el cual ir a un concierto
a beber cerveza, menos al que se le confiaría algún problema personal, nunca
pañuelo de lágrimas ante alguna de las injusticias de la vida. No, los editores
están para otra cosa, para publicar aquel texto que nos ha costado meses o
años, para darnos la mano y hacer que nuestros libros sean leídos.
El editor
en cierta manera debe ser nuestro enemigo, porque tanto cariño podría ser
peligroso para un libro; tanta ternura y agrado dejaría pasar muchas
incongruencias en los textos; todo ese amor es dañino si se desea publicar y ser
leído.
Con contrato
editorial (y el respeto que cada uno le debe al mismo) y dinero de por medio (pagos
por trabajos de edición, cuando no hay un auspicio total, y hasta regalías) no
se podría desarrollar tal anhelo; aunque están las excepciones.
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