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Jorge Luis Borges.
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Cuando se habla de Borges siempre se acudirá
a la imagen de un hombre ciego apoyándose tanto de un bastón como de María
Kodama; una figura apacible relacionada a las bibliotecas y lo fantástico. El
inventor de un universo arcano y laberíntico. Un ñoño a carta cabal.
Sin embargo, en Borges, inspector de aves
(Bajoelvolcán Ediciones, 2020) de Lucas Nine (Argentina, 1975), su protagonista
cumple con el cliché de personaje de novela negra: envuelto en una gabardina, luciendo
un cigarrillo en sus labios, observando y tomando apuntes, haciendo conjeturas,
planteando hipótesis, siguiendo rastros, enfrentando al villano, salvando a la
dama, y refugiándose en soledad.
Pero este Borges, inspector de aves,
jamás será una especie de Boogie, el aceitoso: extremo en sus acciones, sin
contemplaciones mínimas, salvaje y machista; este Borges, romántico y
bibliófilo, es una caricatura que intenta asumir cada una de sus misiones lo
más serio posible, aunque no se pueda, porque en el fondo sobrevive el
intelectual que primero piensa y luego actúa, no siempre acertadamente.
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Oliveiro Girondo y Norah Lange.
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Una historia hilarante donde el Borges,
inspector de aves, deberá confrontar al escritor Oliverio Girondo, quien como
antagonista lleva al paroxismo su rol, en una persecución en la que se intenta
rescatar primero a Norah Lange, el arquetipo de dama en peligro (esposa de Girondo)
y luego a Xul Solar, amigo de Borges.
Una novela donde cada acción, detalle y
diálogo tiene como base la biografía del mismo Borges y los mitos alrededor de
su vida: su madre como un fantasma que lo acompaña y ¿fortalece?; su
sexualidad; alusiones a la mitología griega (Polifemo y Ulises-Nadie), entre
otros.
El universo de personajes está
relacionado a la literatura argentina, desde Adolfo Bioy Casares, Silvina
Ocampo, Ernesto Sábato, José Ingenieros, hasta escritores influyentes en la
misma obra del Borges escritor, como Flaubert.
Las escenas más desconcertantes sin duda
se dan en el laberinto de espejos, quizás el espacio añorado por el Borges
escritor mas no por el Borges inspector, quien no solo debe lidiar con Oliverio
como perseguidor sino también con su voz que todo lo indaga. Esa misma voz que
el personaje intenta aplacar, porque este Borges ya no es el mismo, cuando
aceptó dejar atrás el confort de una biblioteca y lanzarse a la calle a la
acción, algo de él se quedó allá, encerrado entre los mundos ajenos y olor a
papel.
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Portada de la edición ecuatoriana.
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Pero ¿Es posible que un inspector de aves
termine disfrazado de pollo para infiltrase en la fiesta donde se encuentra su
enemigo y tal vez las respuestas al misterio que persigue? ¿Puede un inspector,
que en el fondo es un escritor y lector obsesivo, librarse de caer en una
trampa tradicional solo por el anhelo de hacerse del tomo de la enciclopedia
que le falta? ¿Es posible enviar un S.O.S. en código Morse mediante el punteo a
una mujer dentro de un bus, como ultimátum antes de ser ejecutado? Pues el
Borges inspector lo hace y con creces.
Una novela negra, pero cargada de humor,
uno corrosivo, a veces absurdo y casi siempre ingenuo, porque su protagonista
intenta asumir un rol en el que no calza del todo, en el que libra la muerte
con ayuda de amigos y hasta por chispazos.
Y aunque, como toda novela negra, haya
puñetes y patadas, insultos, piropos, golpes bajos a la moral, y una carcajada
desmesurada hacia la figura del escritor derrotado, también permanece esa
posibilidad de que un Borges, desde un multiverso, observa desde las sombras
espesas de una ciudad a cada uno de sus objetivos.
Un Borges, que, en su soledad, al final del día, sonríe satisfecho del
deber cumplido, aunque la dama, su dama, permanezca junto al villano y él, sin
necesidad de un espejo que se lo recuerde, seguirá solo.