Portada del libro La fiesta del fracaso. Foto de Joselo Márquez. |
Un editor debe ser
un radar y una esponja de su tiempo...
Jordi Nadal, Libros o velocidad
Uno
He leído manuscritos desesperantes. Bodrios que
intentaron ser poesía o relatos. Novelas con introducciones explicativas de la
trama (como si el lector fuera un retardado al que se debiera explicar todo). Falsos
ensayos recargados de simples opiniones. Oraciones y párrafos acumulados como
leña vieja. Montones de páginas que pudieron comprimirse en una sola, y aun así
editarse hasta dejarlas con menos caracteres.
Siempre que alguien, desde el otro lado del espacio
virtual, me asegura que es un genio inédito, sospecho del texto que me suele
adjuntar después. Textos que significan horas y horas de lectura para confirmar
lo que muchas veces el sentido común me grita: que no se puede, que es
imposible editar lo no editable. Que a veces es mejor ser cruel con muchos de
estos autores. Que la verdad duele, la verdad de un solo individuo, que puede
ser al final de cuentas, una vil mentira.
Pero he gozado de extrema paciencia. He derrochado
paciencia para el trabajo de lector. Una paciencia que a veces asombra. Una paciencia
que debería premiarse. Una paciencia increíble para muchos. Una paciencia que
solo flaquea en mi interior, donde la ira cobra formas repudiables.
Ignacio Loor Vera, autor de La fiesta del fracaso. Foto de Joselo Márquez. |
Dos
Los textos que termino subrayando. Los que aparecen
mientras bebo cerveza y converso con alguien de libros y futuros libros. Los que,
como lector, me gustaría ver en mi biblioteca, son aquellos textos por los que
termino encantándome, por los que digo sí, por los que me lanzo de cabeza y
apuesto por ellos.
Todos esos textos me acompañan por algún tiempo. A ellos
me entrego con paciencia y esmero. A ellos dedico las horas que debería
entregar a mi familia. A ellos repaso en sueños. En ellos pienso más de lo
debido.
Entonces uno, dos, y hasta tres borradores del mismo
texto, absorben mi tiempo de lectura (uno que me gustaría entregar a libros por
entretenimiento o la contemplación exagerada de series que no alcanzo a
consumir como un verdadero fan). Y soy testigo de una transformación constante,
hasta reconocer que todo cuanto se ha realizado sobre el texto significa algo,
ese algo que es un todo para un individuo que sueña demás.
Tres
Luego del primer encuentro que tuve con el borrador de
La fiesta del fracaso supe que estaba
ante un texto que interrumpiría mis sueños, que se entrometería en varios de
mis asuntos pendientes, que sus personajes no me dejarían tranquilo por un
largo tiempo.
Han pasado algunos meses desde que me reuní con su
autor. Varios meses en lo que emití el primer juicio de valor respecto a las
nueve historias. Semanas desde que comenté lo mucho que terminé enganchado con
algunos de los personajes: recorriendo junto a ellos la ciudad, una Manta sombría,
opacada por la desidia; una urbe donde se vive y se muere desde las entrañas; una
ciudad que potencia el caos que late con desesperación en cada una de las voces.
Historias donde el amor, el sexo, la cotidianidad, la
violencia y la desesperanza son los temas recurrentes. Donde personajes que
anhelan ser escritores avanzan hacia un presente desalentador. Donde la sombra
de un padre trasmuta en varias vidas, ya como drogadicto o como millonario-político
indiferente.
Hoy contemplo el libro La fiesta del fracaso y sé que
cada hora invertida, cada relectura y cada conversación sobre la obra, es la confirmación
de que un sí bien fundamentado puede ser una buena decisión.
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