Portada de la ópera prima de Loor Vera, publicado por Tinta Ácida Ediciones. |
Por: Paulina Soto
“Era el inicio de algo que me llevaría al desvelo y a
la desorientación” así es como Ignacio Loor Vera nos presenta un camino
sacudido por el dolor, la frustración, la ira, la muerte, en un sismo de
emociones que son fácilmente nuestras hermanas. El fracaso descarnado se siente
vívido en cada uno de los nueve relatos que presenciamos en esta fiesta disoluta.
Ya no hay un freno para el destino, hay que enfrentarlo hasta sus últimas
consecuencias, da igual si es con resignación o rebeldía. Da igual si se tiene
la voluntad de la confrontación o se toma una puerta falsa. La inocencia ha
muerto.
Las historias nos adentran en un entorno de
ecuatorianidad: el fútbol y sus glorias, el funesto feriado bancario, la playa
como un refugio disfuncional. Nos cuentan las cosas que podrían ser nuestras, o
que hemos oído que les pasan a nuestros vecinos y amigos, cuando los problemas
nos cercan, sin dejarnos dormir, ni escribir, ahogándonos como una tenaza
lenta.
El estilo de Ignacio Loor Vera es, sobre todo,
honesto. Nos lleva con facilidad de la mano a través de una visualización
nítida de la ciudad de Manta. El alcohol, la sangre, el calor, aparecen para
meternos dentro de cada escena y trasladarnos hacia el medio en que se
desenvuelve el autor, sobre todo en “¿Era ese el último polvo?” que está
contado desde una forma descriptiva, como la escena de un guión de película. El
erotismo es sobrio, cálido y avasallador.
Los seres humanos somos por antonomasia, animales
simples. Nos aferramos a los últimos rezagos de esperanza, vengan de donde
vengan. Es así como se defienden con uñas y dientes los prosaicos personajes de
cada relato para obtener un atisbo del éxito que no es de ninguna manera alcanzado,
aunque lluevan los golpes, las distancias, la tragedia y la incomprensión. Un
hombre, es al final, solo un hombre. ¿Cuánto desencanto puede soportar su alma?
Historias muy bien contadas, muy nuestras, de
actualidad. Dramas que, con un estilo nítido, nos muestran que no nos queda más
que aprender a vivir con el doloroso vacío que provoca el fracaso, a pesar de
que tratemos de huir de él a toda velocidad.
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