En estos días que debería terminar el borrador de mi tesis y correr donde mi director para su visto bueno, continúo centrando mis días y noches en leer historias, muchas historias que no tienen nada que ver con el tema de tesis, que me evaden de la tesis, que me ayudan a mentirme con un mañana donde sí me concentraré. Me encanta la mentira en la que por todo un año me he dejado envolver.
Pero no hay arrepentimiento, no se podría estar arrependito de leer y reflexionar sobre lo leído, de tener esa motivación desde las páginas consumidas, de guardarse para uno mismo y tal vez su blog todas las opiniones provocadas, y saberse feliz.
Catedral de Carver me ha acompañado por estos días, y como cada lectura la he abordado con un separador de páginas y un esfero para subrayar las frases que me digan mucho, los probables epígrafes a una escritura dormida en estos momentos, pero algo extraño me ha sucedido con este conjunto de cuentos: las frases no aparecieron.
Y no es que los cuentos no me hayan dicho nada, al contrario, cada cuento me dijo mucho de la vida, de la vida de parejas, de la mirada desde la perspectiva femenina, de lo fracasado que se puede ser, de la dicha encontrada en cosas casi insignificantes.
Catedral (en estos días en que mi hija, fuera del vientre de su madre, siente mis besos y yo siento su olor de bebé y contemplo su sueño profundo de las tardes) me ha dejado muchas lecciones de vida. Solo eso, que ya es bastante para un lector.
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