Uno debe ser
consecuente con lo que cree y no cree, por eso decidí (en mi condición de no
cristiano, de no creyente) no ir a las misas que se oficiaron en recordatorio
de Ubaldo Gil, mi ex profesor de universidad, mi ex jefe en editorial Mar Abierto
y alguien de quien aún rememoro muchas de las conversaciones mantenidas en
todos nuestros años de trabajo y aprendizaje.
I
Una noche
similar a esta recibía primero un mensaje, luego una llamada donde se me
avisaba que fallecía en una clínica de Guayaquil, en donde días atrás había
estado junto a los compañeros y compañeras de la editorial, donde la esperanza
de que saldría vivo estaba presente. Ese 29 de diciembre de 2013 se transformó
en un pica hielo feroz que hizo romper muchas cosas en el interior de todos
quienes lo conocimos y tratamos.
II
Sé que por estos
días muchos dirán-escribirán cosas sobre él, se proyectarán a través de
palabras que jamás dijo, contarán anécdotas increíbles, abombarán con mensajes
en las redes sociales, dramatizarán todo lo que puedan en su nombre, mientras
que los pocos, quizás los que pasamos cientos de horas junto a él (y miles de
horas como su familia) conversando sobre el desarrollo de Mar Abierto, de
literatura, sobre edición, sobre todo los temas que le apasionaron, diremos
poco o nada.
III
Desde que me
enteré de su primer infarto, me dirigí junto al equipo editorial a visitarlo a
una sala de emergencia del hospital del IESS de Manta. Me dijo algunas cosas,
que peleara por ellas, y también lo escuché burlarse de sí mismo, de su condición
de convaleciente. Cuando me despedí, en esa mañana, jamás creí que sería la última
reunión que mantendríamos.
IV
¿Cuántos continuarán
tomando su imagen, sus ideas (deformadas) para sus propios intereses; la
supuesta herencia en el ámbito de la edición? ¿Cuántos, en estos días, siguen
invocando su nombre para ensalzar sus dudosas capacidades literarias? ¿Cuántos
recuerdan sus críticas a varios temas que el
silencio retuvo?
V
Él hubiese
querido que brindásemos en su nombre, que lo invocásemos sin hipocresías, que
nos riéramos de todos los absurdos que siempre nos hizo reconocer, eso hicimos,
y continuamos haciendo, aquel pequeño grupo de ebrios que lo recordamos en una
ciudad donde el mar brama y sirve de escenario para la continuación de un
sueño.
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