Satan is real me dice Kreator desde la pantalla. Una alucinada
propuesta donde el diablo existe, vigila, acecha, se entromete y hace daño.
Toda una historia donde la maldad no se encuentra en seres mitológicos y
fantásticos, sino en las personas, en todos aquellos que vemos, con quienes hablamos
e interactuamos. La maldad en toda su esencia brutal e intimidante.
Una maldad manifiesta en un sinfín de actividades
atroces: 1) Un rifle de alto alcance sobre miles de espectadores. 2) Un ojo
acechante sobre niñas que juegan solas en un parque público. 3) Un taxi
engullendo a una joven descuidada y vomitándola en el basurero de la ciudad. 4)
Manos apretando el cuello de una esposa que ya no gritará. 5) Botas descargando
la ira acumulada de años sobre alguien más. 6) Cabezas rotas en las calles por
gritar libertad. 7) Un dorso exigiendo su cabeza para ser reconocido. 8) Un
hombre que flota sobre un río, solitario en su descomposición. 9) Un auto
embistiendo a cientos de peatones porque su conductor era alérgico a la
felicidad ajena. 10) Un misil esperando su oportunidad para despegar y detonar
sobre un territorio hostil.
La maldad que crece en silencio. La maldad que es
una fiesta bulliciosa y descontrolada. La maldad que como imán atrae a
simpatizantes. La maldad sorpresiva. Siempre la maldad entonada en un coro
salvaje que danza en su fiesta macabra.
Y aunque Kreator, continuando desde su Satan is real, me muestra una estética
donde satán es el culpable de todo acto malévolo de la humanidad, habita otra
historia, aquella donde el hombre es enemigo del hombre. Donde la maldad es un
ejercicio de poder constante y justificado.
En este contexto aparece El origen del mal y otros poemas de Carlos Coello García. Un libro
donde la maldad recorre una línea histórica desde el origen y permanencia del cristianismo.
Una obra donde la rebeldía es el punto inicial de origen del mal. Aquí, en estas
páginas conviven seres increíbles, torturadores y torturados, arrepentidos y
castigadores que se satisfacen con cada una de sus acciones.
En estas historias, una voz/espectador, recorre
pasajes donde el dolor es el lenguaje común. Una mirada que describe el
suplicio de otros, de todos aquellos a quien el miedo del castigo desconocido
nunca fue un alegato para el cambio.
Pero esta obra y su fábula encierra un mensaje más
interesante, el discurso y crítica a una sociedad saturada de atrocidades,
donde los valores heridos y pasados de moda han dado paso a unos antivalores
que dañan y reproducen los miles de situaciones embadurnadas de maldad.
Una poesía cruenta en sus figuras, que desde una
alegoría bíblica invita al lector a rectificarse en su maldad explícita y cada
vez más espectacular desde una pantalla.
Kreator me sigue cantando que satán es el culpable,
que satán se apodera de los cuerpos y se ejercita infringiendo sus más bajos
deleites. Que la sangre es su vino. Que los cuerpos humanos son solo marionetas
a las cuales se debe hacer sufrir.
Mientras sigo en estas páginas, donde el origen del
mal se refleja más allá de lo sobrenatural, donde la maldad está latente en ser
descubierta cada día en la información de un noticiero sin censura.
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