Por
Diana Zavala
Fotos
cortesía de Isaac Vélez
“Los pies en la tierra”
decimos para alabar la cordura,
el sentido de la realidad.
Y de repente
el suelo se echa a andar,
no hay amparo:
todo lo que era firme se viene abajo”.
José
Emilio Pacheco.
Ese
venirse abajo, ese perder el piso que te sostiene, es lo que nos desquicia, lo
que nos hace conscientes de que nada es seguro, ni el suelo que pisas. Y se
hace la tiniebla. Es cuando la voz lírica, cito, “parte y regresa a la demencia
negra”.
“Entiéndeme
oscuridad,
En
ti perdura un tiempo detenido.
En
ti la hora se derritió
En
ti yazco perdido de mí mismo”.
La
oscuridad, es la tabla y el telón de fondo de cada puesta en escena del verbo
de Alexis Cuzme, y lo digo con la certeza de quien ha compartido jornadas desde
el pregrado, la pasantía, el trabajo editorial, y el postgrado. Aquí la
oscuridad vuelve una y otra vez en sus múltiples significantes, es el ave
hermosa que picotea desde las 18:58. Entumecido en ella es donde el personaje
que ha descendido saborea la vida, es donde se vuelve un latido furioso, donde
inventa realidades, diciéndose que cambiará, queriendo mutar en gusano
fosforescente. Es allí donde florece la ruina del vientre sacudido.
En
los versos de Alexis Cuzme reconozco fragmentos de historias que leí en los
periódicos, que vi en la televisión, que recogí en mi trabajo como cronista
freelance. La voz lírica las hace suyas, no es el espectador, no es el lector,
es su pellejo bajo la losa, es su lengua la que siente, cito: “toda la sed
retenida de mis años”, es quien bebe su propia descomposición.
Un
ser insoportablemente despierto, en un sepulcro de cemento, nos habla. Allí su
identidad se pierde, lo que hay es lo que él llama un revoltijo de nombres. Su
nombre es Auxilio ¿Cuántos auxilios gritaron en la noche aquella? Logra
transmitir su angustia en ese grito que muere falto de aire, de fuerzas. El
ritmo del poema es el ritmo de la desesperación. Es descarga y es pausa.
a-u-x-i-l-i-o
a-u-x-i-l-i
a-u-x-i-l
a-u-x-i-
a-u-x
a-u
a
“No
hinques mis ojos, niño de sangre y lodo
Entrégate
a un rincón y juega con tus delirios”
Me
detengo en este verso y siento la aproximación de esos dedos, mi cuerpo y mi
alma estremecidos imaginan que, en la negrura, lo último que viste niño fueron
los ojos de un superhéroe, quizá los luminosos del murciélago, alguien que te cubrió
con la capa de la fantasía y con el que hiciste el gran escape. Perdón, ¡cuán
insoportable es la realidad! Grondin dice que “en toda interpretación es la
concepción de nosotros mismos lo que se encuentra enriquecido”. Y cuando Alexis
Cuzme declara que este trabajo es una purga interna y personal, que le sirvió
para purgar todo el horror consumido, pues no queda más que reconocer que en la
lectura, relectura y en la presentación que hago en este momento, está mi
purga. Y no solo del terremoto de 7.8 grados, sino de cada catástrofe que me ha
sobrevenido, y que el sismo del 16 de abril no ha hecho más que mostrar la
fragilidad, las falsas bases, los pilares debilitados.
“Soy
el
escombro
que
no
quiere
reconocerse
el
pedazo que no volverá
a amarse”
Las
isotopías de este poema son la oscuridad, la muerte y la desolación. Hay
imágenes que no me puedo sacar de la mente. Escucho ese timbre que sigue
oprimido por un dedo sin dueño. Preguntas que se clavan ¿Cuántas posiciones
ensaya la muerte?, la muerte que huele a diluyente, la que pasó de largo ante
un hombre que tres décadas después recordó una técnica de yoga.
En
la ruina del vientre sacudido asisto a la contemplación (cito) “de los bloques
lloriqueantes: lágrimas de cemento y hierro”. Solo en la poesía se es capaz de
un encuentro con la sustancia. En una entrevista, Lezama Lima declaró “Yo creo
que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia
resistente enclavada entre una metáfora, que avanza creando infinitas
conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de
esa poiesis”.
La
literatura sobre catástrofes es necesaria, y así ha sido desde siempre (una
gran muestra está en las tragedias naturales bíblicas). Autores como Ovidio,
Voltaire, Gaspar de Villarroel, William James, Goethe y tantos otros plasmaron
en sus obras sobre la devastación que provocan los terremotos. El poeta y
ensayista japonés Kamo no Chomei escribió sobre
el potente sismo de 1185: “Si los
hombres hubieran sido dragones se habrían subido a las nubes, pero no habrían
tenido las alas para encumbrarse a los cielos. Fue entonces cuando tuve
conciencia de que los terremotos son la más terrible de las cosas terribles”.
Cuando
se cumplieron 31 años del sismo de 8.1 grados que devastó la ciudad de México (del
19 de septiembre de 1985), se publicó en el diario Excelsior un artículo de
Virginia Bautista, en el que se analiza que la Literatura tiene una deuda
pendiente con ese suceso en la vida del país. La memoria existente está en
abundancia en el periodismo, en la fotografía, y fue radical para la
transformación de las artes visuales.
Paz,
Pacheco y Monsiváis hicieron literatura sobre el terremoto. “Sólo contamos con
un par de poemas, un ensayo y media docena de cuentos, básicamente, sobre esta
tragedia natural. “El terremoto es la terrible presencia de la ausencia en
nuestras letras”, sentencia Ignacio Padilla.
Que
eso no nos pase en Ecuador, que eso no nos pase en Manabí. Gracias Alexis Cuzme
por este aporte a la memoria.
(Texto
leído el jueves 27 de abril, a propósito de la presentación del libro La ruina
del vientre sacudido, realizada en el Museo Etnográfico Cancebí en Manta)
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