Existe arte que
logró fusionar a la cultura metalera y la literatura, en especial la poesía. Un
movimiento artístico que no ha dado el gran salto aún, pero que existe, se
mueve, produce y se mantiene, elementos importantes en una época donde todo es
inmediato y pasajero.
Mayarí Granda Luna
(Quito, 1975) es parte de esta “comunidad” de artistas vinculados al metal,
aquella música incomprendida aún por una mayoría, detestada por los círculos
pacatos y conservadores, rechazada por no responder -sus integrantes- a una estética
“normal” dentro de un mundo cada vez más anormal.
Granda Luna es poeta.
Una poeta metalera. Una metalera que escribe poesía. Una artista que escribe,
canta y se sostiene en un eterno performance donde la palabra es su materia
prima.
Su más reciente
libro se titula Bajo el signo de la bestia
(Decapitados, 2015), un trabajo que agrupa poesía, narrativa y ensayo. Provocador
desde su portada, aludiendo desde la mitología cristiana, a aquella bestia
cruenta y salvaje, sinónimo de castigo, llamada Satán.
Pero más allá de
lo que pretendería hallar el lector: textos de conceptos satanistas, encantos,
hechizos, rituales…lo que contienen estas páginas es poesía, una que habla
desde la crítica social, que confronta la frivolidad de la juventud, que ataca
soterradamente a la moral cristiana y a sus seguidores. Poesía directa, que
habla del ejemplo que impone la voz poética hacia una libertad intelectual más
que física.
“Pertenezco a la
generación de quienes fuimos acosados por llevar el cabello largo o
desarreglado, por no ser bautizados, por no ser crueles o simplemente por
memorizar versos de poetas que causaban en el resto escozor y desconcierto” (p.
40) asegura Mayarí, y ella es una voz representante de otras voces, de esa “comunidad”
metalera-literaria que existe, se mueve, produce y se mantiene en Ecuador.
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