miércoles, 5 de noviembre de 2014

De los recorridos literarios

Junto a Eduardo y Lenin.


A Guayaquil y Riobamba

Si algo debo agradecerle a la literatura, a la escritura, a estar en constante relación con la actividad artística y cultural, es al hecho de viajar y conocer gente, gente con mucho en común, de quienes se aprende, de quienes nos van quedando pláticas casi interminables, historias donde la vida y la muerte, donde el amor y el dolor, donde progresos y retrocesos conforman una alucinada masa conformada de palabras.



La semana pasada he tenido dos experiencias agradables, dos momentos con dos generaciones distintas entre sí, quizás con un pequeño hilo llamado literatura, pero con un abismo entre ellos. Poetas viejos y jóvenes, poetas rememorando un pasado donde fueron una especie de “dios”, pasado de gente que ya no está, de poetas que buscaron una corbata o un revólver para desconectarse de la vida, poetas amantes, poetas odiantes, poetas para alimentar la madrugada.


Junto a Lenin Vimos, Calih Rodríguez y Lenin Ordóñez, en Riobamba.



Pero ha sido la generación más joven la que más revitalizó. Recorriendo una ciudad desmitificada, agrupando y escupiendo palabras desde la llegada hasta la partida. Una generación vital en todos sus actos. Una generación que engulle el arte porque es su alimento. Una generación acelerada, de soluciones inmediatas. Una generación de poetas, músicos, actores, pintores y activistas culturales que no dan tregua a sus proyectos.



Si algo debo agradecerle a la literatura, es el hecho de poder viajar a otras ciudades, de conocer a gente, de grabar nuevos nombres, de ir alimentando las redes sociales con nuevas “amistades virtuales” que han dejado de serlo, porque se ha respirado y bebido y conversado junto a ellas. Y eso para toda experiencia artística, siempre será el mejor justificativo de existir.

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