(…) todo el
mundo habla de poesía pero nadie puede hacer nada al respecto.
Charles Bukowski.
(…) la poesía no
es sinónimo de libro de versos.
Pedro Saad
Herrería.
De sentimental a
tansemental
de poeta malito
a poeta maldito
de loca
adefesiosa a mujer fatal
acá siempre se
las ingenian
para mejorar el
currículum.
Rafael Méndez
Meneses.
Introducción
¿Mediante qué recursos se etiqueta a quién es y no
es poeta? ¿Por qué algunos son llamados poetas y otros deben llamarse a sí
mismos o estancarse en el anonimato? ¿Quién etiqueta? ¿Todos los poetas en Manabí son en verdad
poetas?
Este texto es un ejercicio que analiza la poesía
manabita desde la exposición mediática, que explora y expone más allá de los
textos, un tema incómodo para muchos autores: ser o no ser desde la poesía.
Partamos diciendo que no se trata de un tema
exclusivo de Manabí, porque es un fenómeno global: autores que han encontrado
en su espacio geográfico y época el debido reconocimiento para ser llamados poetas,
y también autores que ante la realidad de verse desconocidos y excluidos como
poetas han decidido otorgarse a sí mismos el apelativo o aceptar un anonimato
obligado.
Autores independientes
y autores protegidos
Alfredo Cedeño Delgado (2005: 7) delata una realidad
local: “(…) el escritor manabita ha escrito en condiciones excepcionales y
difíciles porque la sociedad nuestra ha montado un frío y casi perfecto
mecanismo para desalentar y matar en él su vocación”. Sí, ha sido y es un
escenario difícil para muchos autores, porque no se han creado y mantenido las
condiciones adecuadas para que los escritores puedan desarrollarse en su
totalidad.
No basta con autopublicarse, las ediciones de autor
dentro de un sistema valorativo editorial significan casi nada. No basta con
publicar y hacer circular únicamente a nivel local las obras. No basta con
tener múltiples títulos publicados y ninguno de ellos registrados en las
instituciones legales. No basta con tener hermosos y encantadores comentarios
en las contra cubiertas de los libros. No bastan extensos e increíbles prólogos.
Nada de esto basta. Y sin embargo todo es apenas un ápice de un proceso
comunicativo que tiene como objetivo primordial el posicionamiento del autor.
Así, en este contexto, no es difícil comprobar que
existen dos clases de poetas a nivel local: los independientes y los
protegidos. Los primeros haciendo cosas sin un debido asesoramiento, casi a
ciegas. Los segundos siendo parte de una infraestructura y un proceso activo de
posicionamiento.
Ser o no ser poeta, ese es el dilema, un dilema que
no solo depende del talento del autor, que no solo le compete al autor, sino a
todo un conjunto de profesionales muchas veces desligados de la creación
literaria.
Sellos editoriales, gremios y colectivos culturales
e instituciones educativas son quienes avalan la visibilización de un poeta. Son
quienes van determinando quién es o quién no es poeta. Y no es que esta
protección sea un error que deba corregirse con urgencia, al contrario, el
escritor manabita, el poeta sobre todo, necesita la protección, que otros sean
quienes apoyen su posicionamiento literario. Y en esta protección él, como
creador, dedicarse solo a la escritura.
El error, y quizás en nuestra provincia se ha
incurrido reiterativamente, está en que muchas veces los poetas respaldados no
son los indicados. Cuando la obra del poeta no posee mayor valor, cuando su
trabajo literario es una redundancia estancada y que, a pesar de lo que se diga
y sostenga, no llegará muy lejos, rebotará en un espacio geográfico limitado.
Cuando pasa esto, algo anda mal.
Y ese algo nos remite a un problema de fondo mayor
¿mediante qué mecanismos se erige a un poeta?.
Calificaciones, máscaras
y premios literarios
Javier Vásconez, afirma que “aquí, en Ecuador, nos
tomamos demasiado en serio las genialidades inventadas por nuestros amigos en
las noches de tragos. Muchas de esas genialidades no son más que tonterías o
mediocridades provincianas” (Rodríguez, 2012: 39). El texto de Vásconez resulta
una mirada desde dentro del mundillo literario donde los comentarios de amigos
(sean escritores o periodistas, o esa mixtura de escritor/periodista) logran
una confianza en el ego del poeta que no siempre resulta bien librada.
Entonces se miente, y en esta mentira se va
construyendo una idea que logra réplicas desde distintas plataformas
comunicacionales: revistas, diarios, redes sociales, blogs, páginas web y en
los mismos libros publicados. Sentencias que muchas veces no analizan la obra
del poeta, y más bien se centran en destacar sus cualidades como ser humano.
Iván Carvajal (Pólit Dueñas, 2001: 310), desde otra
perspectiva, sostiene que “(…) en ocasiones se premian obras y autores que, con
el paso del tiempo, se revelan insignificantes, como también se han ignorado o
relegado obras verdaderamente revolucionarias (…)”. Los premios, para Gonzalo
Rojas (Rodríguez, 2012: 156) son tonterías, no sirven para nada. Y desde esta
valoración, tanto Carvajal como Rojas dan en un punto clave: no siempre un
premio literario asegura calidad de poesía y no siempre el obtenerlo es certeza
de que se trata de un autor sobresaliente.
¿Pero cuántos poetas manabitas han logrado destacar
en sus fichas biobibliográficas el haber logrado premios literarios? ¿Cuántos
de estos premios obtenidos son representativos? ¿Cuántos de estos premiados han
logrado un trabajo destacado?
Al igual que Jorgenrique Adoum, “desconfío de
quienes quieren ser escritores; me interesan los que quieren escribir” (Molina
Díaz, 2009: 36). Puesto que el figurar antes que el ser, continúa imponiéndose.
Muchos quieren ser escritores, buscan ser catalogados como tal, sin siquiera
haber desarrollado un trabajo de escritura que hable por ellos. Esta es la
realidad del poeta, aferrado a la idea del reconocimiento: ser ante todo y
muchas veces, ante poco o nada.
Ser o no ser
poeta
Entonces ser poeta va más allá de la etiqueta, se es
o no se es poeta, no hay medias tintas. O se logra un trabajo poético capaz de
sobresalir o se escribe y publica sin mayor propósito que el simple
acontecimiento del libro formando parte de la bibliografía personal.
Juan Gelman asegura que “la verdadera originalidad
consiste en encontrarse con la propia voz” (Rodríguez Núñez, 1998: 3) y desde
esta mirada se ha logrado reconocer el trabajo de autores, cuya obra ha
asentado un estilo e identidad, la voz propia y marca personal.
Así el poeta con cada nuevo título va asentando su
labor lírica, construyendo una obra que lo continuará. Ese es el ideal, uno que
exagera de romántico, pero que ciertamente es el más aplicado, todo porque
refleja la entrega a un trabajo donde la poesía busca ser ese punto convergente
de interrogación, provocación y ruptura.
Por ello poetas, como Juan Secaira, saben que: “La
poesía exige cosas que la velocidad y fatuidad de la sociedad rechaza; una
lectura atenta, una comunión, un deseo frenético y a la vez mesurado, un
desafío lúdico y vital; el subvertir lo establecido con honestidad” (Rodríguez,
2012: 55). Ese encontrarse con el poema, devorarlo, consumirlo y aprovechar su
alimento lírico.
Reivindicación
de los poetas independientes
Así como no existe un purismo total de “poeta” entre
los autores protegidos, contrariamente existen poetas independientes que en su
abandono han logrado un trabajo destacable, a veces hasta superior a todos
aquellos poetas oficiales.
Sí, varios de ellos han caído en momentos de
desesperación y entrado al juego de llamarse a sí mismos. De exigir que otros
vean al poeta que se ha ignorado. A veces, cuando se logra conexiones precisas
y la obra secunda ocurre que un autor independiente pasa a las filas de los
poetas protegidos.
Otras veces, las más comunes, los poetas
independientes no solo son una isla abandonada, sino que en el desierto de su
obra no hay esperanza mínima de cambiar su condición.
Conclusiones
Ser poeta en Manabí es difícil, por la
sobrepoblación, por la idea errada de clasificar a todo lo publicado como
poesía, por la generosidad de comentarios, por el exceso de libros
impublicables, por la calidad exigida, por la falta de protección para que un
autor se desarrolle totalmente.
Ser poeta en Manabí es vivir para escribir, sin
importar la protección o el abandono. Es sostenerse en una fidelidad a su
propia obra, sin que las tendencias y la moda hagan presa.
Ser poeta en Manabí es revisitarse cada cierto
tiempo, leerse, corregirse, asegurarse que se va por el camino elegido.
¿Debe importar que un poeta no sea llamado poeta
mientras un conjunto de no poetas son POETAS oficiales? No, la realidad y las
lecturas nos han enseñado que no todo lo clasificado de poesía lo es, que no
todo sujeto llamado poeta merece el título, que todo cuanto se diga desde
medios de comunicación y desde un mecenazgo literario activo, es cierto.
Al poeta se lo reconoce a través de su poesía y no
en la maquinaria publicitaria y espectacular creada a su alrededor.
Bibliografía
Bukowski,
Charles (2009). Fragmentos de un cuaderno
manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990), España: Anagrama.
Carvajal, Iván (2001).
Acerca de la modernidad y la poesía
ecuatoriana, en Pólit Dueñas, Gabriela (compiladora) Crítica literaria
ecuatoriana, Ecuador, Quito: Flacso.
Cedeño Delgado,
Alfredo (2005, enero). Por qué el cambio,
Spondylus, 10, 17-18.
Méndez Meneses, Rafael
(2008). Que mi alma se la lleve el diablo,
Ecuador, Naranjal: CCE Guayas/Ext. Naranjal.
Molina Díaz,
Miguel (2009, s.f.) Charla con
Jorgenrique Adoum, El Búho, 28/29, 34-37.
Rodríguez,
Augusto (2012). Palabra viva, entrevistas
desde un Quirófano, Ecuador, Guayaquil: Universidad Politécnica Salesiana.
Rodríguez Núñez,
Víctor (1998, mayo). Juan Gelman “La
poesía es una gran interrogación”, Eskeletra, 8, 2-4.
Saad Herrería,
Pedro (2001, agosto). 10 rasgos de la
actual poesía joven del Ecuador, Cyberalfaro, 3, 118-129.
Portoviejo, sábado 13 de septiembre de 2014.
Fotografías tomadas de la página de facebook de CCE Manabí.
1 comentario:
Aplausos, por fin alguien pone fuego en la llaga que debió cauterizarse hace décadas.
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