lunes, 18 de diciembre de 2006

No desvistas el maniquí




¿Qué demonios tramamos –y estamos pensando- desde nuestros clandestinos rincones solitarios, junto a un número, una bocina y una voz del otro lado que ignoramos si es sincera?, si todo lo fraguado se esfuma ante el enfrentamiento voz a voz. El laberinto resurge frente al rostro pensado, y entonces no nos queda más que improvisar, descartar las palabras, las oraciones, todas las frases prediseñadas dispuestas a soltar que se escurren ante el momento decisivo y... fallamos.
Después de eso la nada, el vacío sofocando los pensamientos, el peso existencial volviendo para sabotear las actividades, las acciones comunes logradas para autodistraer el peso impalpable que nos joroba más a cada instante, hasta que el último párpado baje la guardia y no nos queda más que la pesadilla aguardando con su infernal mezcla de escenas recogidas, devolviéndonos la idea de que los sueños no son más que fragmentos vivenciales descompuestos por nuestro inconsciente.
Y volvemos a nuestro estado natural: tristes esperpentos, entregados a desolados bancos de parques alegóricos (para hacer más evidente el desahucio), a lecturas abandonas días atrás por desalentadoras, resolviendo no alejarnos de la esencia oscura que no pretende liberarnos.
Y evitamos el enfermizo contacto colectivo –nada más chocante que otros rostros, otros cuerpos para profundizar la desazón que nos gobierna-: ese mundo rosa, fácil, colorido, sonriente, fanfarrón, placentero y abundante que se nos ha negado por dementes, extraños, simples y ordinarios criticones de lo inacoplable.
Y retornamos al tema depresivo predilecto, repetimos cada palabra, cada frase, cada susurro o grito demandado; imaginamos la absurda semejanza de las historias (de quien canta y la nuestra), subimos el volumen, apagamos las luces y nuevamente nos entregamos al vacío.
No somos más que un monólogo expuesto a lectores desconcertados, testigos de lo inatestiguable, necros individuos esquizoides, fantasmas sin un cuerpo complaciente, minúsculos brujos sin el bebedizo del “amor”, payasos llorones negándose a temas productivos y salvadores, poetas de lo trivial trasmitiendo versos mal logrados, pequeños y olvidados amantes oxidados.
Y continuamos el engaño: dejaremos creer que nos dijeron la verdad. Dejaremos creer que las palabras encontraron consuelo en lo distante. Dejaremos creer que desde ese instante nada cambió para el espacio actualizado, aunque en el fondo no hagamos más que mentirnos una y otra vez, como ha sido lo habitual.



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