jueves, 16 de agosto de 2012

Habitar en soledad



“Cuando cesó la tempestad, rodaron los ojos bajo la cama / yo, solo la vi partir”. (p. 7) dice uno de los versos de Des-habitado (Jaguar, 2012) de Edison Navarro (Cotacachi, 1983). Un poemario que devasta, aniquila, disuelve y sobre todo logra un impacto violento del tema de las relaciones fallidas, de aquellas que duelen por sus errores, por su crudeza, por toda su parte descompuesta de raíz. Desde esta premisa se teje la línea temática de este libro. Aquí la voz poética rememora un pasado de caos, donde la soledad lo cubre todo.

Des-habitado es un poemario que circunda desde la urbe, la voz poética asume su rol de sujeto citadino, donde se está y no se está (con la soledad a cuesta aun en medio de la masa), donde en el presente más pasivo se padecen regresiones violentas, porque ahí habita el centro dañado del que se poetiza.  

En este desarrollo urbano, el amor (o más preciso: la ausencia de este) es un pasado marcado por la desesperanza, donde la voz poética se presenta como el enemigo, uno que no ha fracasado solo, si no que ha contado con alguien, ese alguien que es ausencia, que transita como fantasma. Que se sabe ha sido el detonante del discurso nostálgico.

Vivir en soledad
Des-habitado está construido desde la soledad, una capaz de arrasar la esperanza, de proyectar un vacío que consume y acaba:

“habitantes de mis huesos desalojaron las ruinas”  (p. 8)

“dejaron a desnivel el rincón construido en los huesos” (p. 9)

 “(…) he colgado mi piel en cualquier hueso evitando el naufragio” (p. 11)

“hoy me declaro: / antagónico /ante lo soñable” (p. 21) El que la voz poética se asuma como su enemigo, como esa parte contraria y maléfica es normal, así el pasado es esa voz decadente ante un presente que irremediablemente avanza en un proceso de asimilación de su tragedia.

“náufrago / resiste el frío de la memoria” (p. 24)

“(…) la vida fue siempre un ocaso” (p. 31)

Este presente sofoca con su intensidad melodramática (lo hace desde el decir de la voz poética, desde su crónica adolorida) “pero hoy hace frío / y tu nombre es mi hoguera” (p. 39). Todo para una confirmación que se advierte desde el inicio en los personajes: “vos / y yo, / somos vacío” (p. 57). Un vacío que existe en su representación enemiga.






Un espacio que se acaba
Si hay que destacar una parte importante de este poemario, es su posición doméstica. Donde una casa (sin importar la forma que tenga) se vuelve un objeto vivo, que respira, que retrata los transcursos emotivos ya extintos, que delata al pasado en su peor condición. En esta casa (sarcófago de momentos fantasmas amotinados) otros objetos reviven ese ayer infructuoso, todo porque la voz poética entiende que “La memoria es el cuerpo del dolor” (p. 29). Y en este dolor otras escenas ahondan en su sentido dramático:

“Amanecen tus huellas bajo mi almohada
un paisaje brutal
(el paraíso entre sábanas)” (p. 26)

“La cama era un lugar neutral,
el territorio donde un exiliado
construye el hogar que se irá con el viento” (p. 43)

 “Somos un ábaco de dientes
cálculo de cruces
para llorar al feto en la ventana” (p. 50)

“Se derrumba la casa: platos adentro,
los retratos escapan por aquella ventana
que abrimos para arrojar tempestades” (p. 54)

“Quizás está escrito:
la casa se hará polvo
y florecerán cuervos
sobre tu boca,

¡¡no te alarmes!!

si saben volar
se irán conmigo” (p. 61)

“muy dentro,
existe un animal
que devora los muros
donde habitaste” (p. 63)

Entonces deshabitar, dejar de ser entre el espacio que se continúa rondando, no parece ser el sitio que se busca dejar, al contrario la voz poética (en su dolor) se reafirma en él: “lleno de nada la alcoba / pero me atrapan tus piernas” (p. 46).

El mar, el reino del deshabitado
Este deshabitado, que prefiere ser un masoquista a ultranza, que se niega a abandonar el dolor que lo sostiene a un pasado, piensa en el mar, en aquella bastedad que todo lo traga, que todo expulsa, que todo descompone. Y en esta figura el poemario, en medio de toda la desolación que proyecta la voz poética, busca una liberación.   

“Nadie canta el luto de mi boca
es tarde para arrinconar naves
en la garganta de la noche” (p. 55)

“Mi carne es alga y soy alimento para ahogados” (p. 59)

Y en esa nada que se busca, como recurso final de limpieza y olvido, después de saber que  “Entre tus piernas se tiende el fin” (p. 52) o de que “No hay arena hasta que el mundo de la vuelta / y empiece el día otra vez en tu boca” (p. 41) o peor donde se afirma que es “un rostro enjaulado / en la noche que se repite / sobre las olas de tu cuerpo” (p. 42) la voz poética intenta liberarse, aunque en su proceso se deshabite y habite en aquella nada soledad total.     

Navarro, en todo este derroche de desolación y auto padecimiento, ha logrado con Des-habitado interesantes interrogantes ¿Cómo sobrevivirnos ante el final de una relación? ¿En qué punto volvernos el enemigo de ese otro yo del pasado que desencaja en el presente?. Este poemario tiene respuestas valiosas. Muchos de sus versos han logrado ese objetivo escaso de la poesía: volverse el retrato de otros. Y eso, por lo menos para este lector, es sobresaliente.

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