lunes, 30 de agosto de 2010

Chiquita: alucinante y obsesiva




En los días cuando uno amanece minimizado, convertido en una partícula de carne, apenas un punto dentro de una multitudinaria comunidad de puntos, caemos en el juego existencialista de repreguntarnos sobre aquello que nos ha mantenido en vilo, ese algo despreciado y sin valor, del que respiramos, observamos y sentimos.

En esos días pocas cosas pueden reencontrarnos: una película, una obra de teatro, una canción, un artículo, un poema o una novela. Chiquita (Alfaguara, 2008) de Antonio Orlando Rodríguez ha sido mi salvación, Espiridiona Cenda la pequeña encargada de hacer que mediante lo increíble de su existencia me comparta su lección de vida: quien niega la importancia del ego y la superación personal jamás llegará a ningún lado.





Biografía novelada que parte de un artificio: la idea de hacerle creer al lector que todo cuanto se dice es real (aunque el mismo autor nos ponga en una encrucijada al asegurar que para él las cosas más increíbles fueron ciertas y las menos fantasiosas falsas). En esta tarea juega un papel importante Cándido Olazábal, el personaje e hilo conductor de la historia de la cubana Chiquita (por ser liliputiense), Olazábal como redactor de la biografía de la protagonista es el testigo clave del que se vale tanto el narrador como el lector para saber los pormenores de esta reducida Cenda, que desde su apacible hogar en la ciudad de Matanzas en Cuba emigró a Estados Unidos, donde su astucia, perseverancia y sobre todo su orgullo de saberse igual y hasta superior a los demás (más allá de su estatura) la convirtieron en un celebridad.

Chiquita, una novela alucinante y obsesiva, justa para cuando nos sintamos un punto dentro de una multitudinaria comunidad de puntos. El resultado tras leerla: sabernos un punto en negrillas junto a cientos y miles de puntos idénticos.

No hay comentarios: