domingo, 18 de mayo de 2014

Realidad del periodismo cultural manabita




Si la muerte de Gabriel García Márquez ha removido un sentimentalismo exteriorizado (desde las redes sociales y medios de comunicación) de cuánto se ha leído sus libros, de cuánto se ha analizado a sus personajes e historias, también se ha evidenciado el lado b de todo esto: la banalización de la cultura y arte (sobre todo de la literatura), la desautorización por volver a escritores simplemente carne de cañón de interese figurativos.
Todos dicen leer a un autor cuando este se vuelve el referente actual, cuando la “moda” ha hecho presa de su nombre y títulos de sus libros, cuando dos o tres frases son el relleno frívolo para encajar en un ahora falso de “cultura”.
En este escenario lamentable y recargado de apariencia, es necesario que los medios de comunicación y sobre todo los periodistas desarrollen un adecuado tratamiento informativo, trabajo que no se logra totalmente en la práctica.  

Periodismo cultural
¿Se hace periodismo cultural en Manabí? Una mirada a los medios de comunicación da cuenta de que poco o nada, que este intento de periodismo cultural no pasa de la reproducción de boletines de prensa, de entrevistas que le quedan debiendo al lector, de reportajes que no llegan a puntos determinados, y que sobre todo no hay un registro más allá de lo evidente, que se continúa pensando a la cultura como algo exclusivo y para elegidos, o contrariamente se ha sobrevalorado la etiqueta de “cultura” y “arte” para designar obras innecesarias.
Más allá del reporterismo diario, y esto es lo rescatable, hay columnistas (publicando más o menos continuamente) que han logrado sostener un trabajo analítico de exploración hacia esos productos culturales, sea una obra de teatro, danza, película, pintura, escultura, libro y demás. Pero continúa siendo mínimo el aporte de ellos en un contexto donde el periodismo cultural no se lo ha valorado y otorgado la dimensión que merece. 





Realidad sin expectativas
Hace poco dos experiencias con estudiantes de periodismo me han dejado pensando en lo necesario de una adecuada formación en el área cultural, lo urgente que se volvió hacer de estos jóvenes perdidos, profesionales capaces de desarrollar un trabajo periodístico adecuado.
No existe especialización periodística en el área cultural y sin embargo los estudiantes (y no quisiera creer que también los docentes responsables de su formación) se atreven a incursionar en un terreno que desconocen. No hay una investigación previa de lo que pretenden informar, no hay un sentido crítico de cuanto se les dice, se acude a una sola fuente y no existe contraste de lo recopilado. Y así no se hace periodismo cultural.
¿Cuántos libros leerán al mes esta nueva camada de periodistas? ¿Cuántas revistas y suplementos culturales conocen, leen y constan en su lista de favoritos? ¿Cuántas películas y series televisivas no convencionales están entre sus predilectas? ¿A cuántos eventos artísticos asistirán a la semana? ¿Tendrán un blog donde borronear, pulir y exponer sus textos? ¿Harán ejercicios de escritura desde el twitter y facebook?

A propósito de GGM
A Gabriel García Márquez los periodistas le deben la creación de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), donde anualmente abren la beca de periodismo cultural, una beca añorada por muchos y aprovechada por pocos. Una beca que pone al máximo las facultades, experiencia y trabajo de los periodistas culturales. Y mientras esto ocurre allá ¿Cómo se fomenta el periodismo cultural acá? L
¿Cómo decirle a los periodistas en formación que GGM es más que su libraco Memoria de mis putas tristes, que el remedo cinematográfico de lo que hicieron con El amor en los tiempos del cólera, que la foto junto a Shakira, que el puñetazo recibido por Vargas Llosa? ¿Quién los guía a libros ideales para periodistas como Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro, o La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile? ¿Quién los salvará de preguntar incoherencias en torno a este escritor y otros que vayan apareciendo en su camino periodístico?


domingo, 11 de mayo de 2014

Elegía a la nada




Lo peor es no saber qué escribir, estar frente al monitor media hora o una hora, en blanco y vacío, con las piernas y nalgas dormidas, con los ojos parpadeantes, con la desesperación hincando en hombros y columna, con la chispa falsa a cada rato borroneando textos inútiles, contemplando el reloj (porque uno se rige por horarios) y saber que el tema no llega.
Entonces el sentido común, freno y voz, aparece y me grita de vez en cuando: “calma loco, no te aceleres, deja que fluya la nota”, y la nota (léase texto) no fluye, nada fluye, es un vacío, una pérdida de tiempo el pasar sentado, escuchando como suena el segundo álbum de la banda preferida, volteando en busca de un punto interesante en la casa o donde se esté, esperando la “iluminación” para arrancar, y nada llega, todo es un vacío, rebotes de un eco sin fin. Pasividad.
La nada. Escribir en torno a la nada. Hacer variaciones sobre ella. Delirar un poco, tal vez mucho. Nada, la nada, que es, en este momento, un todo. Una mortaja blanquecina que va abrigando, que va cantándome una canción de letra tenebrosa, que va durmiéndome con su canto, que va susurrándome: “para, devuélvete, cierra el archivo, regresa a un lugar mejor, aléjate”.
A veces quiero escuchar esa voz, pero me arrepiento. Quiero contar cosas, cosas que vayan quedando para mi propia memoria, cosas que ya no volverán o que regresarán de mejor o peor manera, cosas grandiosas y también lamentables, cosas comunes y espectaculares, cosas. Ser y no ser yo en el texto, ser solo un reflejo exagerado de lo que soy, o lo que pretendo. Cosas que me ocurren y otras que invento porque no logré que ocurrieran. Cosas que otros callan porque para ellos deben guardar un orden y estar alineadas a una moral que irrespetan. Cosas.
Idea, caja con ideas, ideas de repuesto, ideas como frutas de un árbol, para ir tras ellas, tomarlas, engullirlas, expulsarlas. Ideas revoloteando mientras yazco sobre mi silla, mientras la pantalla continúa iluminando mi rostro, mientras el cuarto álbum de la banda preferida va por la mitad. Ideas, sencillas y complejas. Ideas.





Y paso a la pérdida total: abro el Facebook, quizás allí, donde todos cuentan sobre todo, donde las intimidades más escabrosas hasta las ridículas flotan con dueños generosos. Nada, nada sobre nada, puro lugar común la vida de querella, amor y deploración  de todos. Cuerpos y palabras, más cuerpos menos palabras. Todo que contar y nada después de esa abundancia. Tributo a la nada.
Y el resultado es la nada, no hay tema, no hay historia, solo la nada, la pantalla iluminando más de la cuenta, el sexto álbum de la banda en su mejor canción, y tal vez por eso no he bajado la cabeza, sino que la muevo al compás de la melodía, quizás es eso lo que me ha permitido continuar.
No he logrado ser como los otros, ese batallón que dispara porque puede, que dispara salvas, que dispara sin un blanco específico. Ese batallón que escribe y publica, que escribe garabatos y publica, que escribe mientras sueña sin aterrizar, que escribe porque ha aprendido un par de frases, porque las palabras están en el espacio, como el oxígeno, y son gratis. Ese batallón sin vergüenza, con muchas ínfulas e ideas obesas.
Pero y ¿por qué me preocupo por ellos? ¿me debe importar lo que escriban o dejen de escribir? ¿me debe interesar leer lo que se han atrevido a escribir porque pueden, aunque no deban? Lo cierto es que me volví un intolerante conmigo, por no leer más de lo que escribo, por solo comprar libros de autores extranjeros. A repetir lo que hacen otros: leer solo a quienes pertenecen al mismo círculo, ignorar a ese resto que no necesita de uno, que puede valerse solo, que son un éxito entre sus similares.
La nada, la nada que ha llegado para quedarse. Que me contempla desde mi reflejo en el monitor. La nada que absorbe, que va irritando los ojos, que va sumiendo en un sueño. La nada de la sicodelia. Nada de realidad atemorizante, porque nada llega con ella, nada de lo cual escribir, nada de lo cual reflexionar y escandalizar. La nada y su burbuja indestructible. La nada que no estalla, que sigue en coma, que ha jurado seguir frente a mí hasta que decida la derrota. Nada sin caracteres, nada de nada.