lunes, 29 de enero de 2007

Pregúntale al viento o el melodrama decepcionante



El amor no lo era todo. Las mujeres no lo eran todo. Un escritor tenía que reservarse las energías.
Arturo Bandini

Es sabido que cuando el guión de un largometraje es basado en una novela las similitudes poco o nada pueden concordar a los ojos del espectador (aunque en el caso de que se advierta oportunamente que se hará una versión libre de la obra literaria se esperará algo totalmente reestructurado en la versión fílmica); también que quienes conocieron la fuente primaria de la película siempre encontrarán grietas en la obra cinéfila. Y en esas me encontraba tras la expectación del la película Pegúntale al viento (2006) de Robert Towne, un largometraje norteamericano cuyo guión se basaba en la novela Pegúntale al polvo del también norteamericano John Fonte, un escritor de culto de los años cincuenta.

Primer momento: la obra literaria
La novela en su versión original nos cuenta las vicisitudes del joven escritor Arturo Bandini que va hasta Los Ángeles para lograr éxito literario. Desencanto, miseria y esperanza (aunque breve), son los estigmas del personaje, alguien que sabe que triunfará, pero para hacerlo debe cumplir con el suplicio romántico de la época (hasta sin invocarlo).
El joven autor es motivado por un editor que cree en su obra (puesto que es el único que lo ha publicado y pagado por ello), éste lo motiva a lograr una mayor introspección en sí mismo hasta encontrar al novelista que lleva dentro y que es sepultado cada vez por la miseria que lo rodea, por el desencanto de su vida y como si fuera poco por la incursión del amor que intenta abordarlo desde una forma agresiva (representado en la camarera mexicana).
La novela más allá del reflejo lamentable de la vida de un escritor que para llegar al éxito debe padecer hambre y humillaciones, nos habla de las culturas que habitan dentro de los Estados Unidos, donde norteamericanos y mexicanos encuentran una conexión sino en un primer momento compatible a la larga tolerable. Es también la novela que trata sobre el amor que lo soporta todo, donde la sensibilidad del personaje es lo que más se impone en cada capítulo.

Segundo momento: la obra cinematográfica
La película respeta hasta cierto punto la novela de Fonte, puesto que nos muestra (con mayor desencanto por las imágenes) la vida caótica de Arturo Bandini (interpretada mediocremente por Colin Farell). El escenario –increíble por la recreación virtual de Los Ángeles en la década del cuarenta- se vuelve rescatable en cuanto a locación y vestuario de la época. Mientras que en lo actoral el reparto no destaca, los personajes no cumplen con la psicología que se esperaría de ellos, sino que más bien se refugian en una melodramática sucesión de hechos semejante a novela televisiva.
Y en este punto hay que ser francos: el reparto no logra cuajar del todo en este film que deja de lado las preocupaciones artísticas y existenciales del personaje protagonista para volverlo un insulso escritorcillo romántico obsesionado por una camarera mexicana (Salma Hayeck, muy acorde como para protagonizar algún culebrón venezolano) marihuanera y tísica.
Film que no repara en restar las escenas de mayor impacto para el personaje por melosas, predecibles y casi inagotables pasajes de amor que toda película común y corriente derrocharía para atrapar público femenino por demás.
El ritmo lento la vuelve más tediosa y el final Hollywoodense termina por extirparle cualquier encanto que pudo haber tenido al principio.



viernes, 26 de enero de 2007

El cronista de cine como transcriptor de ficciones




El siguiente trabajo ha sido escrito a partir de lo vivencial y práctica, más que de la especialización en la materia cinematográfica. Puesto que el cine es una de las complejas materias comunicacionales que no solo demanda tiempo y análisis en cada uno de los vastos productos visuales que año a año aumentan la lista, es, además de todo lo escrito, un campo de estudio y dedicación total, al que me encuentro adherido recientemente.
Mi relación, por ello, con el cine ha surgido, en un primer momento, ante la necesidad de hallar nuevas fuentes “inspiradoras” a favor de la poesía y literatura, para luego encontrarme frente a todo un banco de fuentes arremetedoras, en unos casos; y, en otras totalmente conmovedoras. El cine desde ese instante no me ha dejado tranquilo, puesto que cada vez (ya que este terreno parecería infinito) se aprende algo nuevo, se descubren nuevos y excelentes actores, se revalora a los consagrados, y sobre todo se educa uno al espectar trabajos de calidad y a ignorar los netamente comerciales y sin ningún aporte, salvo el de distraer. En fin, el cine: ficción atrayente de la que no he podido escapar.

¿Qué es una crónica cinéfila?
Esta no es más que una lectura individual de uno o varios productos cinematográficos espectados. Es la redacción, publicada por lo general en diarios y revistas especializados en cine, cultura o simple espectáculo, que enfoca y a la vez resume y comenta, una o múltiples películas, del mismo o distinto género.

¿Cómo se forma el cronista de cine?
No existe una guía específica que indique paso a paso cómo formarse en el campo de la crónica enfocada en el cine (si existe, por otro lado, especialización en materia de crítica cinéfila, pero como ello no nos compete lo obviaremos). Esta más bien se da por la estrecha relación que suele haber con el periodismo, sobre todo del escrito, con productos comunicacionales, como el tratado.
El cronista, entonces, se va formando primero por la implícita relación de gusto que el individuo tenga a este campo; segundo por la constante apreciación de los diferentes títulos y géneros cinematográficos que va espectando. Todo ello hará que la persona interesada en escribir a partir de la ficción espectada, pueda desarrollar, además de un resumen de la historia del film, un comentario que denote sus apreciaciones de lo visto y entendido.
A partir de la práctica y del ejercicio constante de espectador y comentarista, es que va surgiendo el cronista de cine, como relator, transcriptor y, en algunos casos cuando se madura rápidamente, cuestionador, tanto del producto cinematográfico, la historia, el discurso y desde luego el reparto. Todo ello, además de una debida redacción, argumentos que puedan estar cercanos a la realidad de la película a la cual se la ha convertido en una crónica. Solo allí podríamos estar identificando a un cronista de cine.

¿Cuáles son los elementos con los que debe contar el cronista de cine?
Como se dijo brevemente en el subtítulo anterior, para llegar a ser un cronista de cine se debe, además de estar en constante expectación de filmes, poseer todo el bagaje posible de información referente a la materia cinematográfica: entrevistas, otras crónicas, notas informativas, reportajes, testimonios, ensayos, libros, etc. que puedan acercarnos al trabajo de directores, actores, críticos cinéfilos, productores, y a todas esas obras del cine clásico y contemporáneo que especialistas han considerado claves para el entendimiento de este arte.

¿Es el cronista de cine un crítico cinematográfico?
Ser cronista de cine no es lo mismo que ser un crítico de cine. Aunque muchos a excusa de ser simplemente cronistas cinéfilos hagan crítica, en otros el encasillamiento más bien recae porque los trabajos escritos no logran toda la demostración y aplicación de argumentos netamente pertenecientes al lenguaje cinematográfico que puedan apoyar lo escrito.
Entonces decimos que existe una gran diferencia entre cronista y crítico de cine. En el primer caso aún se inmiscuye el gusto más que el criterio y en el segundo caso es más bien el criterio que pesa por encima del gusto. Dos referentes necesarios al momento de escribir y sustentar juicios de valor.

¿Pesa el género cinematográfico al momento de escribir una crónica?

Siempre pesa el género, ese gusto por apreciar dramas sobre comedias, románticas sobre terroríficas, acción sobre infantiles, etc.
El cronista de cine, por más que diga ser imparcial al momento de escribir, siempre estará inclinado a un género, el de mayor predilección, el que más logra desencadenar su redacción creativa, el que altera sus fantasmas personales hasta volverlos colectivos.
No debería ser así, puesto que más que un cronista de cine, su labor se encasilla en la de analista de productos comunicacionales y por ello debe haber en él la apertura a todo género, guste o no guste, ya que su labor es la de trasmitir, según su apreciación personal, los elementos implícitos y explícitos de cada film espectado y posteriormente cronizado.

¿Se puede ser cronista de cine sin escribir y publicar crónicas?
Lo de genio inédito jamás ha sido una garantía en este competitivo mundo de las comunicaciones, por ello esperar que un cronista llegue a ocupar un espacio en algún medio escrito o virtual, depende de todos los antecedentes que se tenga en este campo.
No se puede desarrollar un cronista de cine, sino escribe crónicas de cine. Su ejercicio y sobre todo su encasillamiento a cronista, recae en ello: en escribir. El estar en constante cercanía con su lectura (o apreciación) de lo visto, hará que el cronista sienta toda la motivación necesaria que lo encaminará a la debida formación en la materia cinematográfica.
Los espacios idóneos para que sus lecturas personales puedan difundirse bien podrían ser diarios locales, revistas culturales o no, o medios alternativos que estén concientes que el cine como producto comunicacional necesita, además de la simple sinopsis, una apreciación más a fondo, donde los elementos puedan ser interpretados de la forma más adecuada y ofrecerlos al lector ávido de este campo.
(Este mini ensayo fue escrito exclusivamente para el conversatorio desarrollado en el auditorio de la Facultad Ciencias de la Comunicación de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, a propósito de la charla a estudiantes de tercer año de periodismo, realizada el día miércoles 23 de agosto del presente año. Este escrito también consta en el blog de los Buseteros)


(En la foto de izquierda a derecha: Franklin Briones, Carlos Valencia y Alexis Cuzme)

jueves, 25 de enero de 2007

Nadie es poeta en su tierra, cuando su obra reclama



Hablar de hallazgos poéticos en nuestro país resulta un poco peligroso, puesto que el comentarista puede equivocarse o malinterpretarse su lectura con la mera alabanza derivada del amiguismo, un lugar común en nuestro país. Sin embargo ha sido todo un hallazgo la obra de Rafael Méndez Meneses, nada sabía de él como poeta salvo del humor de sus escritos en su blog, pero su obra más allá de recordarme a poetas que marcaron una época en el país como Euler Granda o en Latinoamérica como Ernesto Cardenal, se presenta con fuerza y trabajo con las palabras. Su poética gira en torno a lo social: ese tema conflictivo que desemboca en contra de la política, dictaduras, genocidio, entre otras atrocidades que a muchos preocupan.
Nadie es poeta en su tierra (2006) es su segundo poemario y el primero que llega a mis manos. Un libro que no da respiro, donde el autor arremete con su crítica mordaz al sistema al que se ve atrapado como individuo. Rebusca, desenreda y expone mucha de la problemática mundial que resulta imparable, pero lo hace con un estilo muy particular; su materia es la realidad, esa cruda y lamentable verdad que sofoca.
Hay una constante en sus poemas: ir mostrando, con humor e ironía, los abusos del poder (militar y político), como cuando nos dice en estos versos: “Que le escriba algo lindo me dice / de primaveras del sentido de la vida / de mi urgencia / por su cuerpo cardinal / No de dictadores ni Cortes de facto / vendepatrias / gringos belicosos y otras metonimias” (Mala leche, Pág. 32). Escarba, trabaja con lo hallado y expone la podredumbre del sistema; lo vuelve arte con un sentido social modesto de forma pero de honda reflexión. El uso -y a veces hasta abuso- de la jerga urbana cotidiana logra darle mayor intensidad a varios de los poemas que componen este trabajo.
Pero el poeta no solo siente interés por la problemática nacional, a él también le preocupa el contexto internacional, y eso lo manifiesta en su poema Cuestión de Prioridades: “No le importó lo del 11M / ni se inmutó con lo de Cuyabeno / tampoco salió a las calles / a torturar cacerolas / eso sí / lloró cual magdalena / al descubrir una mancha roja / de labial en mi camisa” (Pág. 44). También este fragmento donde se critica a la potencia norteamericana: “Ahora sólo falta que a los otros / les dé vergüenza propia de lo de Irak / Afganistán el Plan Colombia / lo de Cuba lo de Kyoto / el modelo neoliberal / la impunidad para sus tropas / la extorsión las amenazas / y uno que otro detalle / que también los convierte en asesinos” (Vergüenza ajena, Pág. 38).
El autor interpone -lo que da mayor ritmo a sus poemas- al personaje femenino, enlace con las exterioridades caóticas que giran a su alrededor, así puede desarrollar argumentos que no pierden una tonalidad precisa. Por ejemplo: “Cuando ella me dijo / que me iba a dar lo que tanto he querido / me vino a la mente la paz mundial / un gobierno social sin corrupción / ver extraditados a esos ladrones / buenos libros al alcance de mi bolsillo...” ( Zona intangible, Pág. 21).
Nadie es poeta en su tierra es un libro de poesía dura, crítica ácida, ironía al extremo, y una muestra más de talento de la joven poesía ecuatoriana. La obra de Méndez Meneses no pasará desapercibida, hay trabajo y una línea argumental que no se pierde en el lirismo vano; lo suyo es ser conciso y preciso.
AFUERA
Afuera
mi esposa riega las flores del jardín
me pide que lave el coche, bañe al perro
me promete un baño de burbujas mientras yo
no hago más que sonreír aliviado
por no estar entre los escombros
percibiendo la carne chamuscada
el polvo de ladrillos derruidos
los gritos de los niños, el armagedón
las últimas señales de los tiempos.
Rafael Méndez


NADIE ES POETA EN SU TIERRA
Uno puede ser blogger
pro’eshor de literatura
o redactor de algún pasquín
Con algo de suerte,
asesino serial
o cuentero de burdel o ministerio
Uno puede publicar en SOHO mientras
mantiene la poesía como una identidad secreta
pues como dijo un sabio por acá
nadie es poeta en su tierra.
Rafael Méndez


martes, 9 de enero de 2007

Poesía erótica del Siglo XXI




(acerca del libro Atrapada en las costillas de Adán)

La poesía ecuatoriana no para de acoger a nuevos autores que en busca de renovadas formas de expresión logran una voz propia, y eso en un género literario como este, donde el repetirse hasta el aburrimiento es lo común y pocos son los que logran una obra valedera sin la mera transcripción de las acciones, sin ese recurrido y fallido plagio de la realidad donde ritmo y talento lírico no logran asomar, ya dice mucho de un autor. Ese es el caso de la guayaquileña Carolina Patiño con su obra Atrapada en las costillas de Adán (2006), primer poemario de esta joven autora (1987) cuya obra gira en torno al amor, erotismo, sexo, vida y muerte; cinco constantes en su poética.
El amor como ligamiento crea el ambiente propicio para que lo erótico y sexual se interrelacione hasta lograr poemas de calidad. Lo dual (masculino y femenino, en la voz poética) es la parte medular, donde el amor –y su carga erótica y sexual explícitamente desarrollada- está sobre todas las cosas, y todo es un espacio ajeno y mezquino al colectivo.
Transcribe su realidad metaforizando el placer, cada uno de los instantes privilegiados donde el sexo y el amor son una fusión salvadora, porque la autora lo ve así: vida-amor-sexo. Y relegar a uno de los tres sería restarle el estilo que presenta en varios de los poemas donde la temática se reafirma.
La autora cree en el rito del amor, en su desembocadura sexual, por ello exclama “...pasemos por el eterno trance de amarnos / mezclando romance e instinto” (Tómame como el agua que me inunda, Pág. 21); y comprende y comparte el más allá de la fusión amatoria, donde los cuerpos se refugian a su naturaleza y placer, por ello acierta cuando dice: “mentes desconectadas de lógica: / besan, muerden y mojan todo a su paso” (Libres, Pág. 24). Y es que para Patiño el amor, sexo y la vida son una continuidad: “...unta caramelo blanco en la espalda y gánate mis entrañas otra vez” (Nueva vida, Pág. 26).
Pero además de lo expuesto, la poeta se vuelve irreverente -contra lo masculino- cuando manifiesta su autocomplacencia sexual y descarta la posibilidad varonil de pormedio, así lo manifiesta en su poema El Hijo: “Me enrosqué en tu pierna / nos aprovechamos de la ausencia de Adán / para en una mutua constricción / concebir a Caín” (Pág. 27) y también al revelar: “...dedos remojados al interior del círculo que sabotean al pudor...” (Anular Salvaje, Pág. 40). Ataca y también se expone, pero qué poeta no lo hace, sobre todo cuando es a partir de su vida que surgen las figuras, las palabras, las escenas, hasta volverlas una recopilación de cada voz del colectivo, pero comprimidas desde su particular universo.
Esto como primer momento en el libro, puesto que también encontramos poemas que nos acercan a otras perspectivas de la autora, donde la parte erótica está ausente, mas no el resto de elementos a los que recurre como vida y muerte.
Un libro del cual la autora sale librada, hay el talento, trabajo y una línea poética definida en el campo erótico y eso en un entorno literario donde lo trivial e insulso persiste en publicarse, celebramos la aparición de esta poeta. Su poesía se ha desnudado frente al lector, recorre callejones y soledades, ansía la parte complementaria –lo masculino- para desenvolver el amor y erotismo al que canta, pero sobrevalora su verdadera esencia: la parte femenina que es ella, puesto que Adán jamás fue un fin, sino un medio para la complacencia personal.

viernes, 5 de enero de 2007

Quién llamó a Marilyn



-Una joyita de marido que te has conseguido, pelada -ha dicho Marilyn (hermoso nombre para alguien que no se acerca ni siquiera al bagrecito del Lunes Sexy de El Extra) una de las amigas mojigatas que Noemí ha recolectado en sus años como universitaria. Nadie, que yo sepa, la ha invitado para este día, pero la muy sin paro ha llegado de paracaidista, de seguro porque el marido (más monstruito que ella) recontrapluto la noche anterior le ha de haber sacado la madre, sino de dónde ese moretón que intenta cubrirse con las gafas de tres por un dólar.
He visto calladamente todo el ritual que ambas han desarrollado en la entrada al departamento: el besito en la mejilla, el abrazo fuerte, fuertísimo que hasta logré escuchar un sonidito como de costilla rota, espero y no sean las de Noemí, porque sino ahí si me va a conocer la tipita esa: personaje de terror de película barata.
También la he saludado, he aprendido a ser discreto con gente como ella y con otros peores. Su beso en mi mejilla me ha dejado en blanco (y para el que no lo sepa, soy medio morenito tirando a negro), creí haber olido todas las peores alcantarillas de la ciudad, pero es evidente que su boca es la más hedionda y penetrante. Ahora entiendo al pobre del marido intentando deshacerse de ese espécimen con el que se ha embarrilado, al fin y al cabo lo que de seguro pretende es liberarla de sí misma, lograr en ella una mutación a la fuerza, intentar convertirla en algo no tan desagradable como lo que es.
-Gracias por el cumplido -le he respondido en lugar de Noemí. Se ha sonreído y he logrado contar en sus dientes delanteros cinco caries a punto de dejarla sindi, será todo un espectáculo mórbido el verla así, espero que cuando suceda no nos hayamos largado de la ciudad.
He pedido permiso y huido de ellas, pero más del bagrecito. Me espera la terminación de la próxima edición de mi revista de rock. He cerrado con llave la puerta del pequeño cuarto que hace de biblioteca: un cuartucho donde yace mi computadora y todos los libros que desde mi adolescencia empecé a comprar, patear, intercambiar y hasta recibir de obsequio.
Mi revista no ha alcanzado el nivel que tanto he añorado y eso es comprensible porque las portadas ausentes de sangre, vísceras o cuerpos semi desnudos, pueden pasar simplemente desapercibidas.
Hace poco había leído de la antiestética a la que acudían muchos editores de revistas rock-metaleras de Europa para lograr el fin necesario en el público que adquiriría sus medios, de esa recurrencia por lo mórbido, deforme, intradicional de apreciar. En el país -sobre todo en la sierra- algunos amigos empezaban a utilizar arte extremo enfocado en la ultra violencia; otros a fotografiar a modelos semidesnudas o desnudas con temas alusivos a lo gótico; y, unos cuantos intentando hacer de personas con deformidades estrellas subterráneas. Recordaba incluso la foto vía mail que un personaje sombrío -pero genio en estos temas- de Cuenca me había compartido, donde el rostro desfigurado de una joven, al que una especie de gangrena carcomía la nariz y parte del ojo derecho, no solo me había impactado sino que despertado la emulación, pero buscando un estilo propio y con otro tipo de modelos.
De todas mis ideas espantosas, según la estética de Noemí, de seguro la que pasaba en mi mente en esos momentos era la mejor, desde mi perspectiva de estética retorcida.
Salí directo a la habitación, busqué el álbum fotográfico de Noemí, aquel donde se conservaban las imágenes de los paseos a balnearios idos junto a sus compañeras. Hermosas mujeres la acompañaban, pero ese no era mi objetivo. Entonces di con ella, ahí estaba sobre una piedra cercana a un rompeolas, posando como lo haría alguna modelo sin estilo, mano en cintura, piernas cruzadas, mirada coqueta (pésima pose la desdichada). Sí, ahí estaba, ostentando una figura cadavérica, compartiendo una sonrisa más cercana al llanto que a otra cosa, intentando abultar senos inexistentes, desgarrando la apacibilidad visual con los vellos de sus piernas o aquellos que delataban sus axilas.
No se si era coincidencia que su cabello negro y largo le diera además una imagen de personaje de terror oriental, pero lo que sí estaba seguro era de que Marilyn debía ser mía (no literalmente, tampoco hay que ser un bagrero extremo); tenía que lograr que aceptara posar para la portada de mi revista, desde luego que no sería yo el valiente a enfrentarse a su desnudes, sino algún amigo fotógrafo y valiente para estos casos de estética horrorosa. Pero eso de ir hasta la sala, compartirle mi idea a ambas e intentar justificar los porqués para que posara en mi medio, no solo que resultaba flojo sino que hasta desencantado, porque eso de que te rechace una modelo pinta es aceptable, pero una antimodelo... además por qué tanta desesperación por vender una revista invendible, si no vivo de ello.